La historia sin fin
La Segunda Guerra Mundial, para el cine, sigue siendo una fuente inagotable de historias, la mayoría de ellas desconocidas por casi todo el mundo. Más allá de los ejemplos más resonantes, reconstruidos en grandes películas, están aquellos episodios que superan la aberración porque exceden la ignorancia de los sucesos ya que entran en el terreno del ocultamiento y la negación. Desde ese descrédito nace El Testamento (ópera prima del ignoto Amichai Greenberg), un pseudo thriller sobre un historiador de Jerusalem que tiene apenas una semana para presentar evidencias suficientes, ante las autoridades austriacas, de una fosa masiva donde ocurrió una masacre de 200 judíos en marzo de 1945. El lugar es actualmente un campo con destino mega inmobiliario, ubicado en un pueblo austriaco. La pesquisa llevará al historiador a (re) encontrarse con su identidad tras descubrir un hecho sobre su madre, sobreviviente de la Shoá (Holocausto para el mundo occidental).
En la comodidad de las estructuras genéricas reposa esta historia, cuyo arranque augura –en apariencia- una película “para el debate”, dejando de lado cualquier intento de presentarse sobre cimientos de esfuerzos cinematográficos. Este debut, sin embargo, halla en la retórica del policial su motor para progresar dramáticamente. Aparecen esos lugares comunes como el del detective –aquí en la piel de un historiador- que descuida su vida y la de su familia; e incluso, en pos de cumplir su objetivo, pone en riesgo su trabajo y el de sus compañeros. Hay una precisión -mucho más interesante aún que el usufructo de los géneros textuales- al sintetizar los testimonios recogidos, centrados en provocar una relación causa-efecto en el protagonista. Muy lejos, valga señalarlo, de la pretensión lacrimógena, sin duda tentadora por tratarse de sobrevivientes a la aberración más grande del siglo XX.
El Testamento visibiliza y pone en relieve un hecho infame pero no se olvida del cine, genera tensión -a pesar de la accesibilidad para conocer los sucesos reales- y presenta al personaje más importante de la película en un fuera de campo, a través de un teléfono, lo que sugiere una estrategia de guión muy fresca, en especial por contrarrestar las formas de los otros testimonios realizados cara a cara. En la columna de la inexperiencia podemos ubicar el leve grosor de los personajes secundarios, llanos en el plan de rodear al protagonista. La historia es una vena abierta permanente, el presente continuo es la farsa y la representación es la manera de reflexionar, así sea sobre un período del cual se cree que existe unanimidad en el pensamiento porque como dice uno de los personajes, más de medio siglo después de sobrevivir al horror: “no dejaron de odiarnos al día siguiente de haber terminado la guerra”.