Buscando desesperadamente la intensidad
La historia del cine está plagada de amores que impactan con la fuerza de un meteorito, de amores furtivos, secretos y prohibidos. Pero El tiempo de los amantes (“de la aventura” en el original francés) intenta con creces, casi rogando, asociarse al selecto club de las historias de amor exiguas, limitadas por la falta de tiempo, cuyo romanticismo es más evidente cuanto más se distancian del cliché y del sentimentalismo, tan lejos de la comedia romántica como del melodrama almibarado. Una sociedad integrada por grandes películas como Breve encuentro (David Lean), Los puentes de Madison (Clint East-wood), Antes del amanecer (Richard Linklater) o Vendredi soir (Claire Denis). En El tiempo de los amantes los protagonistas están acordonados por más de una atadura afectiva y social y sólo podrían escribirse los siguientes capítulos de su fugaz romance si al menos alguno de ellos abandonara una vida que parece consumada (aunque, como suele ocurrir, plagada de dudas y temores).
No se sabe bien qué le ocurre a Alix, una mujer de 43 años que, en palabras de su hermana, se comporta como una adolescente descarriada. Alix es actriz y, al comienzo del film, debe viajar desde Calais –donde se encuentra trabajando en una obra– hacia París para participar de un casting. No se sabe bien qué le ocurre, pero es evidente que varios conflictos y crisis de diversa intensidad están teniendo lugar en su interior. Lo que sí se sabe es que se interesa por un hombre que viaja en el mismo tren que ella y que, pocas horas después, se la encontrará buscándolo, hablando con él, teniendo sexo en un cuarto de hotel y, tal vez, enamorándose. Que el hombre en cuestión sea un profesor de literatura inglés que ha viajado a Francia por razones nada festivas es lo de menos. Lo importante, parece decir el realizador y guionista Jérôme Bonnell, es lo que les ocurre a los personajes y las decisiones que toman a partir de ese breve encuentro de apenas algunas horas.
De no contar con Emmanuelle Devos y Gabriel Byrne, que “sostienen” una película con su mera presencia, la historia se hubiera desbarrancado en los primeros minutos de proyección. Tal vez el film pida demasiado de los espectadores, como simular que el olvido de la batería de un celular y el no funcionamiento de una cuenta bancaria son otra cosa que un grosero truco de guión. Si el comportamiento de Alix es un tanto extraño y extremo, alguna vuelta de tuerca, que no se revelará aquí, intentará justificarlo, aunque sin demasiado éxito. Pero incluso admitiendo la consecución de ciertas fantasías dentro o fuera de la pantalla, hay algo en el film de Bonnell que nunca termina de solidificar, con su mezcla de escenas de amor intenso con momentos de comicidad costumbrista, de retazos idealizados de vida cultural callejera con fragmentos de Vivaldi y Mozart a todo volumen. Si hay amor después del amor o si Alix vuelve con su pareja y el hombre sin nombre cruza el charco para regresar al hogar, es secundario: El tiempo de los amantes –más allá de algún diálogo acertado entre las sábanas, de alguna mirada sensible y profunda– nunca encuentra la intensidad que anda buscando desesperadamente.