Un amor de pocas horas, intimista y verborrágico
Un fortuito encuentro en el tren, cruces de miradas, y dos personajes en conflicto que se manifiestan a través de cierta postura grave frente al mundo.
Con esos pocos elementos se cuenta El tiempo de los amantes, un film que trae el recuerdo de Breve encuentro, aquella historia de amor de pocas horas que dirigiera el inglés David Lean en los años '50.
El encuentro de Alix (estupenda Emmanuelle Devos) y Doug (Gabriel Byrne a un paso de parecer un vampiro famélico) está acotado en tiempo y espacio, razón por la que ambos no necesitan saber tanto del otro, ni de su profesión o por qué se encuentran en una ciudad como París, exhibida a años luz de la tarjeta postal.
Por eso, El tiempo de los amantes muestra las idas y vueltas de la pareja –ella casada, él invadido por un aire tenebroso y fúnebre–, en actitud de espera y de aprovechar ese instante íntimo que los hará felices por un breve lapso.
El director Bonnell confía en los ojos de Devos y en la lánguida flaqueza de Byrne para sostener una historia de pequeños trazos, gobernada por un asunto amoroso de características efímeras. En ese punto, la película gana la partida, en contraste con diálogos que parecen salidos de un manual de autoayuda y por otros que manifiestan una actitud pedante frente al mundo como sólo lo puede ofrecer un film francés.
"Pienso en Pascal", dice un personaje secundario y allí la historia –pequeña y gratificante cuando la pareja central no abre la boca– exhibe su pose autosuficiente al describir un universo risqué protagonizado por gente culta.
El tren está a punto de partir y los amantes ocasionales deben decidir si quedarse un rato más en ese París mortuorio. Los rostros de Devos y Byrne, otra vez, pelean contra una banda de sonido insoportable.
Y así es el film, intimista, pero también, verborrágico.