Sinécdoque, Florencia Varela
Apenas un escueto texto nos informa en el comienzo de El tiempo encontrado, típico documental de observación de Eva Poncet y Marcelo Burd, que en Argentina residen más de 200.000 bolivianos y que la mayoría lo hace en la zona de Florencio Varela, donde trabajan en industrias básicas para el sostenimiento de una sociedad como la de los alimentos (Darío Rejas es quintero), la indumentaria (Berta Choque es costurera) o la construcción (Edwin Mamani fabrica ladrillos). Ese texto es una síntesis que opera muy bien en el contexto del film, donde los tres protagonistas simbolizan una especie de resumen, una sinécdoque, de un asunto mayor: que es el de la inmigración y su integración compleja dentro de una sociedad, sus costumbres e idiosincrasias en fricción.
No hay entrevistas en El tiempo encontrado, sólo una cámara que registra y exhibe instancias laborales y algún que otro momento de recreación, o un viaje a la ciudad para hacer trámites y que airea la narración centrada mayormente en lo rural o periférico. La apuesta que Poncet y Burd bordan con un nivel de extrema obsesión observacional es interesante, porque evita caer en cualquier tipo de sentencia: no hay paternalismo en su film, tampoco una mirada prejuiciosa. La elusión de la palabra impide que lo verbal justifique o ponga en crisis lo físico. El tiempo encontrado dice, también desde el silencio, que la forma más justa de hablar de la inmigración es desde la ausencia de palabras: alcanza con mirar y ver lo que esos cuerpos son capaces de hacer y expresar. Y le pone una especie de límite moral a tanto documental, ficción o informe televisivo que transita el tema con una cuota alta de manipulación y sensacionalismo.
También El tiempo encontrado tiene sus límites como propuesta, porque como todo documental de observación genera la duda acerca de si lo que apreciamos es lo que el film dice o cargamos, desde nuestra subjetividad, un montón de sentido sobre esas imágenes. En todo caso, derecho del cine -ese de que cada uno complete lo que las imágenes proponen-, el documental impone a partir de su juego literario con la obra de Marcel Proust, El tiempo perdido, una ironía: ¿cuál es ese tiempo encontrado? ¿El de la repetición de un presente continuo sólo delimitado por lo estacional climático? ¿El de individuos que dejan atrás un pasado en su país para conseguir un futuro en otro lugar? Tal vez esa sea la mayor acotación consciente de los directores.
Lo más potente de este documental, y de ahí el notable trabajo de edición por parte de Poncet y Burd, es esa idea de síntesis (síntesis narrativa y discursiva) que campea durante todo el relato, de cómo esos individuos simbolizan a una comunidad, y cómo esa comunidad escenifica una temática. Y sin mayores subrayados. Sólo con sus presencias, sólo con sus cuerpos. Esa es la inherente potencia de lo humano, la de saberse imperecedero y justificarse con su mera presencia.