RIGUROSO Y CONFUSO
La formidable novela de John Le Carre vuelve a la pantalla. Es una historia de espías. Su envoltura formal es casi un desafío: no hay vistosas escenas de acción, no hay corridas, no hay suspenso. Es un estudio a veces moroso pero siempre inteligente sobre el mundo del espionaje, tan plagado de oscuridades y falsedades, tan rico y fascinante. El tema es así: el servicio secreto británico, en plena guerra fría, convoca al retirado George Smiley. Debe detectar un agente doble que pasa información al enemigo. Hay cuatro o cinco sospechosos en ese entramado tan lleno de recovecos. La ambientación (escaleras, piezas lóbregas, tonos grises, pisos demolidos, ámbitos cerrados) parecen copiar la personalidad de estos seres oscuros. La realización es impecable y las actuaciones, tan elusivas y tan controladas, le suman intrigas a esta película que va y viene en el tiempo, que está llena de detalles, un relato donde importa, más que el desenlace de la intriga, la representación de ese mundo tan lleno de contradicciones. Un film interesante. Lástima que sea tan denso y tan confuso que resulta imposible seguir. Los desfiles de nombres y los cambiantes relatos terminan extraviando al espectador más atento. Es atractivo, pero pesado.
Smiley busca y en ese camino también va encontrando aspectos de su vida privada que estaban tan oculto como ese agente infiel: su mujer lo engaña. Es que el alma humana está poblada de dobleces. Y el amor siempre atrae a los traidores