No soy fan de John le Carré. Al menos, las adaptaciones cinematográficas de sus libros dejan bastante que desear. Encuentro a las tramas de le Carré complicadas y burocráticas pero no ingeniosas. Mucha charla, mucha intriga pero nunca un golpe de efecto sorprendente o una deducción asombrosa por parte del protagonista. También es cierto que le Carré hizo su fama en la vereda opuesta de James Bond - desarrollando novelas de espionaje mucho más realistas que las imaginadas por Ian Fleming -, pero lo encuentro burocrático y mundano. Al menos Len Deighton - otro autor de espionaje totalmente anti Bond, y padre de la saga de Harry Palmer - tiene otra chispa en sus tramas.
Candelero, Sastre, Soldado, Espia (o como retitularon en castellano El Topo, siguiendo el nombre que le dieron al libro original en su edición en español) está basada en la novela homónima de le Carré que data de 1974. En su momento lo adaptaron como miniserie (con Alec Guinness como protagonista), la cual tuvo gran repercusión en todo el mundo. Ahora llega esta versión que viene de la mano de Tomas Alfredson, el aclamado director sueco responsable de Dejame Entrar (2008). Y si bien El Topo no ha sido un filme taquillero, al menos ha recibido excelentes reviews por parte de la critica especializada.
El Topo tiene los problemas típicos de las historias de le Carré: es innecesariamente complicada, y tiene una tendencia natural para irse por las ramas. Para colmo, aquí hay cuatro historias confluyentes que son insertadas con calzador en la primera hora: un veterano jefe del servicio secreto, que tiene la posta de que hay un traidor en la cúpula de la inteligencia británica y manda a un hombre de confianza a confirmarlo (cosa que jamás ocurre, ya que el agente cae tiroteado en medio de una emboscada); Smiley, saliendo de su retiro, armando su equipo investigador y lidiando con su esposa infiel; la nueva cupula del servicio secreto (traidor incluido), quienes han conseguido a un doble agente en el alto mando sovietico y están recibiendo información rusa de primera mano; y un agente británico renegado, enamorado de una soviética, y que se ha enterado por casualidad de la existencia del topo en la jefatura de la inteligencia británica, confirmando lo que querían saber en el primer punto. En el medio todo el mundo saca anécdotas de todo tipo, hay un brillante agente soviético (Karla) encargado de confundir a la inteligencia occidental con maniobras geniales, y hay personajes que entran a rolete con cada minuto que la trama avanza. Basta con que uno vaya al baño dos segundos como para perder el hilo de la maraña de cosas que pasan en una historia super complicada.
Es de admirar la habilidad que tuvo Alfredson para transformar todo este circo en algo potable y relativamente fácil de seguir. La primera hora es muy densa, llena de flashbacks (no siempre bien diferenciados de las escenas ubicadas en la época actual) y toneladas de personajes. Por suerte la segunda hora gana suficiente espacio como para permitirse algunos momentos de tensión (como el robo de los registros dentro del servicio secreto o el montaje de la trampa final al traidor), pero no esperen tiros o persecuciones. El Topo es un filme demandante y dialogado, muy dialogado; es prolijo e inteligente, pero no brillante, y eso es lo que hay que echarle en cara a le Carré. Si bien el Smiley de Gary Oldman es una persona inteligente y calculadora - al contrario de la blanda encarnación de James Mason en Llamada Para el Muerto -, jamás saca un conejo de la galera o se despacha con alguna genialidad. El climax parece rutinario y cansino, a excepción de un par de detalles sexuales que parecen ser los ases en la manga con los cuales le Carré espera sorprender al lector / espectador. Por otra parte, si uno analiza la trama, verá que la mitad de los personajes de la novela tiene connotaciones homosexuales, comenzando por el mismo Smiley (algo que ya había notado en Llamada Para el Muerto). Como si fuera una constante, siempre el tipo que le clava los cuernos a Smiley es el villano de la historia.
El Topo es un sólido thriller, pero no uno brillante o sorprendente. Es un espectáculo inteligente porque demanda atención al espectador... pero no espere grandes vueltas de tuercas. Piense que hay material para seis horas (una miniserie), comprimido como se pudo en una película de dos horas. A mi juicio, al libreto le falta una pulida más, ya que la subtrama con el agente renegado de Tom Hardy pudo haberse podado y sustituirla con un agente genérico, dándole oxígeno al resto de las escenas. Está bien, pero pudo haber estado mejor.Gigantes de Acero es una regurgitación masiva de clichés, y que conste subrayado en actas. No hay un momento original en todo el film - si uno conoce bastante de cine, puede ir poniéndole a cada escena el titulo de la pelicula de las cual fue tomada- y, a pesar de ser una tonelada de material reciclado, tiene su gracia. Quizás sea porque los mecanismos que prueba están tan usados, pulidos y perfeccionados, que resulta imposible fallar con ellos. No sé si el espectador promedio sentirá fresco al material de Real Steel, pero seguramente lo encontrará emocionante y, en definitiva, eso es lo que importa.
Resulta curioso ver un filme americano con robots. Pareciera que su mitología fuera patrimonio exclusivo del cine fantástico japonés y, por momentos, Gigantes de Acero se siente como la adaptación live de algún anime nipón - el desahuciado robot que llega a las grandes ligas; la arena de combate de androides, etc, cosas que se pueden encontrar en Astroboy sin ir más lejos -. Pero en vez de obsesionarse con los robots luchadores, Real Steel prefiere hundir el cuchillo en el típico melodrama deportivo. Imaginen a El Campeón (1979), pero con la excepción de que Ricky Schroeder hubiera utilizado un "avatar" mecánico para salir a combatir en vez de su padre Jon Voight (y que tuviera más talento que él!); súmenle algunos elementos melodramáticos típicos de los filmes de boxeo - tipo Rocky -, sacúdanlo en la coctelera y sírvalo bien frío. Eso es Real Steel.
Acá las cosas funcionan en gran forma gracias a que el elenco es más que competente. Hugh Jackman satura la pantalla de carisma, y está bien acompañado por el pequeño Dakota Goyo. El filme tiene su cuota de melodrama sanitizado - hay algunos malos que son más orgullosos y torpes que malvados; no hay conflicto que no se resuelva en menos de cinco minutos; nadie intenta sabotear o robar al robot; hasta la pareja de ricachones con la custodia del chico resultan más permisivos de lo que a primera vista uno podría pensar -, y decide poner la emoción en dos aspectos: el volátil padre que comienza a poner los pies en la tierra gracias a su hijo mientras recomponen la relación entre ambos, y los feroces combates de androides, los cuales están dirigidos con gran dosis de energía. Real Steel funciona gracias a que alterna una cosa con la otra, y de ese modo se vuelve cada vez más emocionante a medida que se acerca al final.
Es posible que Shawn Levy haya encontrado la horma de su zapato y se redima artísticamente luego de engendros como la reimaginación 2006 de La Pantera Rosa, y la saga de Una Noche en el Museo. Acá ha logrado inyectar algo de magia a una historia remanida, convirtiéndola de nuevo en interesante y hasta apasionante. Y ésa es una virtud excepcional que amerita su recomendación en estas épocas de sequía creativa.