Tomas Alfredson adapta una novela de John le Carré en la que los distintos relatos y temporalidades se entrelazan jugando con el extravío del lector. El cineasta trabaja sobre estos desajustes narrativos y los transforma en un verdadero laberinto cuyo hilo se conecta mediante sutiles indicios. La película se sitúa tan lejos de James Bond como de los tópicos del género. Alfredson elabora las escenas con mucha precisión evitando el vértigo visual y la simplificación narrativa. El Topo es una tragedia poblada de héroes y traidores que disimulan su grandeza bajo la grisácea apariencia de funcionarios británicos. La tensión no procede de una trama espectacular sino de la infernal zambullida en una humanidad cada vez más oscura.
La historia es complicada, casi inextricable. Luego de una operación fallida detrás de la cortina de hierro, Control y su segundo, George Smiley, se retiran de la dirección del MI6. El agente caído en la trampa estaba encargado de descubrir la identidad de un infiltrado en la dirección. Tiempo después, los servicios secretos ingleses vuelven a contactar a Smiley para desenmascarar al traidor. La investigación se escande con flashbacks que llevan de manera recurrente a una fiesta de Navidad en las oficinas de la organización. Esta celebración es la matriz de una historia que excede los turbios asuntos del espionaje. El festejo fraternal e irónico (todos los agentes y burócratas entonan a coro el himno nacional soviético bajo la dirección de un Lenin vestido de Papá Noel) mezcla las intrigas sórdidas propias a todas las oficinas con lo que está en juego a nivel geopolítico.
La lucha épica y mezquina entre Occidente capitalista y Oriente comunista está poblada de figuras deprimentes que se mueven en un universo de tonos naranjas y marrones en el que cada detalle parece puesto para expurgar la menor gota de glamour, desde el tinte blanquecino de los personajes hasta la ausencia casi total de mujeres en el paisaje, pasando por el caos polvoriento de los departamentos, el amarillo sucio de las paredes, la dudosa higiene de una habitación, la fórmica deslucida de la cocina y el verde grisáceo de los estantes metálicos repletos de papeles viejos y ajados. El topo es una especie de pesadilla kafkiana surgida del fondo de los tiempos y habitada por hombres vestidos como sobrios banqueros que discuten en voz baja en una lúgubre sala de reuniones. A medida que la investigación avanza, la película descubre la personalidad de Smiley de manera progresiva y con una eficacia dramática radical. Alfredson logra transmitir el clima de la guerra fría mediante un retrato meticuloso y austero de ese mundo burocrático, paranoico y aislado del exterior. El autor de la mejor película de vampiros de los últimos tiempos se ha convertido en un pequeño maestro de la opacidad y el distanciamiento.