Para atrapar al delator
El topo está basado en la aclamada novela que John Le Carré publicó en 1974 -la primera de la trilogía de Karla- sobre un agente del MI6 que trabaja para los soviéticos en plena tensión de la Guerra Fría.
Con dirección del talentoso realizador sueco Tomas Alfreson (Criatura de la noche) y el aporte de un verdadero dream-team de actores británicos liderado por un notable Gary Oldman (que en nada hace extrañar al Alec Guiness de la ambiciosa miniserie de la TV británica de 1979), el film resulta una verdadera rareza en estos tiempos de thrillers vertiginosos y sustentados en la espectacularidad de las escenas de acción a propulsión de efectos visuales.
Película old fashioned, casi demodé, El topo es -en muchos sentidos- un verdadero placer porque prioriza los diálogos, los climas, las observaciones inteligentes y el trabajo de los intérpretes por sobre las set pieces o el vértigo de la narración.
Lo más parecido que hay a una secuencia "moderna" es el arranque con una operación de la inteligencia británica en Budapest que sale mal. El resto de las dos horas está dedicado a un verdadero tratado sobre la ética y la moral de los agentes secretos, sobre la lealtad y la traición, sobre los códigos y miserias internas (Carré fue espía y conoce en detalle tanto la jerga como las costumbres).
Sin embargo, a pesar de que me gustó mucho toparme con El topo, también debo confesar que me costó bastante seguir la laberíntica, intrincada trama. O quedan varios cabos sueltos o yo no los alcancé a enlazar. En este sentido, los trabajos de Alfredson para la construcción de atmósferas y de los actores para construir los múltiples personajes de este rompecabezas (o, si prefieren, juego de ajedrez) son muy superiores al de un guión no demasiado claro.
De todas maneras, aún con sus problemas, estamos ante una propuesta que fascina y atrapa con elementos nobles y genuinos que el cine de género contemporáneo parece haber olvidado.