“El topo”: espías a la vieja usanza
John Le Carré aparece como productor ejecutivo de esta sólida adaptación de su famosa novela de espías en la Guerra Fría, la primera de su trilogía del archivillano soviético Karla. Dirigida por Tomas Alfredson, el de la excelente historia de vampiros «Criaturas de la noche». «El topo» es una película retorcida y sutil como la misma historia de Le Carré sobre un jefe del servicio secreto británico retirado luego de una desastrosa operación en Budapest, y luego reintegrado al trabajo para descubrir si en verdad hay un infiltrado soviético en «el circo», es decir la cúpula del MI6.
Hay muchas excelentes actuaciones en el film. De hecho hay muchos muy buenos actores, y cada uno tiene la oportunidad de exhibir su talento en escenas que parecen escritas a su medida. Pero Gary Oldman como el protagonista, George Smiley, es el que no para de lucirse en varias escenas de terrible tensión dramática contenida, y su composición del atribulado Smiley vale por sí sola para recomendar la película.
«El topo» es una novela mucho más compleja que el guión de este film que, de todos modos, necesita verse con atención e incluso con paciencia, ya que no tiene nada que ver con un thriller de espías del siglo XXI. Aquí nadie encontrará nada parecido a la superacción de, digamos, «Misión Imposible», y es que justamente cuando Le Carré escribió su novela a principios de la década de 1970 se propuso buscar un estilo anticuado que no tuviera nada en común con los superagentes que se habían masificado desde el cine. Sintetizar la historia en poco más de dos horas sin hacerle perder sus climas y la profundidad de sus personajes es todo un logro de Alfredson (hay que pensar que la versión televisiva inglesa con Alec Guinnes duraba 350 minutos), y sin embargo esta nueva «El topo» puede resultar misteriosa y enigmática hasta lo borgiano a una audiencia moderna.
Justamente ésta es la gran cualidad del film, la de generar sutiles detalles de interés desde todos los ángulos, sin recurrir a simplificaciones ni tampoco forzar las cosas hacia intelectualidades de sobra, algo que hubiera sido terrible dado lo complejo que ya es el relato por sí mismo. Como piezas de ajedrez, cada personaje, cada decorado y cada nuevo flashback revelan una pista más acerca de adónde llevará la investigación de Smiley, que para llegar a su destino recorre historias de amores trágicos, torturas terribles y espeluznantes dramas de oficina que podrían parecerse a muchas otras, sólo que en este caso los entretelones de rutina tienen que ver con cuestiones de vida o muerte.
Como director, aquí, Tomas Alfredson se muestra especialmente interesado en sus criaturas, algo que sorprende teniendo en cuenta la frialdad emotiva y estética de su film de vampiros. La única queja es que no le haya dado un poco más de tiempo a John Hurt, que se luce en cada una de sus breves apariciones.