Pequeña celebración de un gran final
El topo (Tinker, Tailor, Soldier, Spy) del sueco Tomas Alfredson, el mismo de Let the Rigth One in, aquí titulada Criatura de la noche, la de la vampira adolescente que tuvo su remake en Estados Unidos. El topo. El topo trata de. Detesto contar argumentos de películas. Por escrito y también oralmente. Lo detesto. ¿No se nota en mis columnas? Siempre digo “no vale la pena adelantar más”, “mejor no revelar el argumento”, “no tiene sentido relatar el argumento” y otras excusas, algunas más pertinentes que otras. Esta vez tampoco les voy a contar mucho, El topo (basada en una novela de John le Carré) es una historia de espías en la que hay que descubrir a un topo (“un traidor”, alguien que trabaja para los comunistas en la inteligencia británica durante la Guerra Fría). Y la trama es bien complicada, y por momentos la información se hace muy difícil de seguir. Pero las películas no son pura información, puro argumento, puro quién hace qué. El topo es una película tremendamente seductora: Londres, cielos nublados, humo de cigarrillos, trajes color habano, las ventanas, las pasiones escondidas, cosas aprendidas, captadas, sopesadas con solo un gesto sobrio y demoledor, contadas como detrás de un velo fascinante. Por supuesto, los actores ayudan. Gary Oldman, en cada gesto tenue, en cada mueca, en cada movimiento gris (sí, convierte sus movimientos en grises, esa es su magia y ese es su misterio) demuestra que puede brillar en versión contenida; en versión desatada su cumbre sigue siendo Drácula de Coppola, una película cumbre. Y Colin Firth, en una actuación tremenda, seca, con matices apenas perceptibles pero presentes, que lo redime de las payasadas de El discurso del rey (claro, ganó el Oscar con ese show, y Gary Oldman perdió este año frente al show bobo de Jean Dujardin). Oldman y Firth saben (también Alfredson) que dado que el cine ya es grande no hay necesidad de agrandar y exagerar las actuaciones, las miradas, las palabras.
De todos modos, la clave de la película es el final, en donde Alfredson junta todas las corrientes emocionales y profesionales de la película –incluye la emoción que genera una profesión, y la nostalgia de lo que ya no es– y las monta rítmicamente, con apenas un par de sonidos (un arma, un tiro) y una canción: “La mer” de Charles Trenet en versión en vivo por Julio Iglesias. Unos minutos magistrales, inolvidables, de película grande, de miradas, de lágrimas (dos lágrimas en espejo, de distinto material). Gente caminando, una escalera que se sube, un triunfo, sonrisas por la mitad, los idiomas aprendidos por los espías presentes en el francés defectuoso de Julio Iglesias, la sección de vientos de la canción, los aplausos. Aplausos.