Un agudo juego de traiciones leales
Parece mentira. Ver tantos buenos nombres, grandes intérpretes. Con una estilización justa como para, desde la distancia contextual, dar cuenta de la guerra fría y de su tablero de ajedrez. Por otra parte, como plasmación brillante de un texto literario, pieza clave a su vez en la obra de John le Carré y su bienamado personaje George Smiley.
El topo es todo esto y más porque se construye desde la narración. Se cuenta una historia compleja, plena de intersticios, con Smiley como pieza devuelta al tablero: agente británico otoñal, encargado de reordenar lo que parece pronto de caos. Y si la actuación de Gary Oldman es (muy) buena, lo es porque, está claro, es un actor notable, pero también y sobre todo porque lo suyo es apenas parte de lo mucho más que la película es. En otras palabras, porque sería reduccionista explicar El topo desde la sola tarea del actor.
Aún más: Smiley aparece en escena casi tanto -?muy poco-? como el propio Control (John Hurt). Entre ambos, una suerte de relación amistosa o melancólica que guarda apenas -?sólo apenas-? algo de la que también entablara el agente de la Continental de Hammett con el Viejo, su jefe. Smiley vuelve al ruedo, con dolor en el caminar, la sonrisa y mujer perdidas, el alcohol sin efecto, y una guerra que todavía mantener desde escritorios y escuchas espías. Todo un séquito del espionaje que reparte su abanico entre un lado y otro de una misma cortina, con la habilidad fílmica necesaria como para trastocar su estela de granito en un juego de espejos y de imágenes devueltas.
Esta línea a cruzar, dable de traición o de lealtad, requiere de la dualidad misma para sostener lo que, parece o se sabe, es simulacro de muerte o de muertes de veras. Una bala cambia el aspecto físico, una mirada delata otro costado, las emociones traicionan, confiar es imposible, y los fantasmas persisten aún cuando, dicen, han muerto. Esto último tanto en lo que refiera a Control como al mismo Karla, al Circus o al Kremlin. "Estábamos en guerra" dice Smiley a la vieja secretaria.
Los personajes se miran entre sí y, por eso, también lo hacen en ellos mismos. El Servicio de Inteligencia británico como mascarada a emplear para un pleito mayor, ajeno a héroes y villanos. Todos, en suma, parte de un mismo escenario así como dependientes del mismo. Un quehacer que los une y divide en aras de una permanencia compartida, de un mismo status quo. Guerra de inteligencias intercambiables. La traición, entonces, como moneda necesaria para la supervivencia propia. La lágrima con la bala conviven pero, llegado el momento, la decisión hubo ya de ser tomada.
El topo es del sueco Tomas Alfredson, mismo responsable de una de las mejores películas de vampiros niños de todos los tiempos: Criatura de la noche (2008).