Juegos de guerra (fría)
George Smiley (Gary Oldman) ha servido durante toda su vida a su país de forma discreta, casi invisible, como parte de la cúpula de seis miembros del M16, llamado "el Circo" en la jerga del oficio. Taciturno, flemático y discreto, Smiley tiene el perfil más bajo del cónclave y es a él a quien elige el líder del grupo, llamado Control (John Hurt) para acompañarlo en el exilio. Han sido degradados debido a la sospecha de que Control se encuentra afectado por algún tipo de perturbación paranoica que lo lleva a sospechar lo peor: hay un doble agente en la misma cúpula del Circo, y podría ser cualquiera. Quizá el monolítico Roy Bland (Ciarán Hinds), el atildado Percy Alleline (Toby Jones), el encantador Bill Haydon (Colin Firth) o, por qué no, el cínico Toby Esterhase (David Dencik) a quien el propio Control rescató y entrenó al final de la Segunda Guerra.
Cuando Control muere, a las pocas semanas de su forzado retiro, el primer ministro británico y su mano derecha encomiendan a Smiley la más secreta de las misiones: seguir la intuición de su mentor y descubrir si efectivamente hay un infiltrado que pasa información vital a los soviéticos, cuyo no menos enigmático líder, Karla, parece anticipar cada movimiento de los espías del M16 en la convulsionada Europa posterior al muro de Berlín.
En un thriller en principio moroso y luego trepidante, el director Tomas Alfredson se esfuerza por mostrar no sólo una historia puntual de tiempos difíciles (la reconstrucción de posguerra y el inicio de la Guerra Fría) sino que aborda también los conflictos personales de un puñado de personajes interesantes, bien desarrollados. El factor psicológico es tanto o más importante que la intriga, por momentos, y quizá es esa tónica la que vuelve al relato un poco denso en los primeros tramos. Cuesta entrar en el ritmo de esta película, aunque la espera tiene su recompensa.
Sin embargo, y a diferencia de otros filmes de espías de similares pretensiones (se me viene a la mente, por nombrar uno solo, "El buen pastor" de Robert de Niro), Alfredson consigue poco a poco sumergir a su público en un mundo con códigos intrincados y hacer que el tedio de la vida del espía en reposo (porque tampoco estamos frente a un filme de James Bond) resulte accesible, comprensible para los cinéfilos curtidos y eventuales. Después de todo, esta historia está más cerca de la realidad que cualquiera de las protagonizadas por el agente 007.
Con actuaciones sobrias y algunas excepcionales (Gary Oldman, por supuesto; pero también Benedict Cumberbatch en la piel de un joven espía curtido por la vida, mano derecha de Smiley), esta propuesta se impone finalmente por su calidad técnica, y porque el guión funciona a muchos niveles, ajustado y preciso, con un tour de force en los treinta minutos finales que compensa ampliamente una floja primera hora de metraje.