El film de Tomas Alfredson, conocido por dirigir Criatura de la noche, es un thriller de espionaje basado en el best-seller de John Le Carré, ambientado en los años ‘70. Como siempre, el contexto no es menor: en plena Guerra Fría, hay un doble agente infiltrado desde Rusia. ¿Y por qué vemos una película de dos horas sobre la Guerra Fría hoy? Porque en definitiva está hablando de la crisis del sistema capitalista, de una crisis de fe en el modelo, de elegir bandos: todas cuestiones que se pueden reflejar en la crisis mundial actual.
La trama, pese a la aparente complicación propia del género, termina siendo muy sencilla: hay que descubrir quién es el doble agente infiltrado en el Servicio Secreto de Inteligencia Británico. En el camino a la resolución, todos son sospechosos, hasta el propio investigador (Gary Oldman).
Como suele suceder en este tipo de films, se demanda mucha atención del espectador a la hora de retener datos, hilvanar sospechas, seguir los diálogos, que son muchos y complejos. A nivel cinematográfico quizás los mejores momentos son los últimos quince minutos de película, donde se descubre al traidor, donde hay un juego muy interesante con el campo y fuera de campo y con el sonido.
El resto del film es muy parejo, lo cual es de esperar con la cantidad de actores consagrados que se reúnen en pantalla: un guión para que se luzcan más los actores por sus extensos diálogos, por sus gestos contenidos, por la sobriedad de sus personajes, que para que se destaque el film en su conjunto.
Publicado en Leedor el 22-02-2012