A esta altura, el cine argentino debería crear un subgénero propio que se llame “Historias de pueblos olvidados al desparecer la línea ferroviaria”. Esta temática se ha utilizado repetidas veces no sólo en la ficción (próxima salida, Corazón de fuego) sino mucho más en la línea documental como pilar para hablar de parte de la destrucción causada durante la década del ’90 y que aún cuesta remontar.
Juan Hendel regresa una vez más al tópico mencionado en El Tramo, trabajo documental que no innova tanto en el qué, como en el cómo.
Casi sin diálogos se nos cuenta la historia de un habitante, que luego serán varios, los cuales se resisten a su manera a la desaparición del medio ferroviario como transporte. Lo hacen a través de vehículos construidos por ellos mismos y de la recuperación manual y mantenimiento de las vías; en un trabajo de por más arduo pero que tiene su recompensa espiritual.
Pero “El Tramo” prescinde de la narración tradicional, no hay testimonios a cámaras o algo preciso que contar; prácticamente no hay diálogos, sí hay palabras, las de los textos de Henri Bergson que se funden a la perfección con lo que se ve.
A falta de expresión verbal de sus protagonistas, abunda el trabajo con la imagen, la corrección de la misma, y así cada plano no será al azar sino que pretenderá decirnos algo, demostrar un estado de situación; logrando un acabado poético lírico.
El Tramo quizás no sea un film para un público amplio, lleva su ritmo propio y poco le preocupa que sus escasos sesenta y cinco minutos parezcan más; necesita de su tiempo para lograr el acabado deseado.
Se ve un estado de ánimo en esos cuerpos que trabajan, que sufren pero no se vencen. Hendel logró una historia tanto de esperanza como de desazón.
Para quienes vivimos en la ciudad quizás nos cueste comprender el todo de lo que se cuenta, la cosmología de la situación; la importancia que el tren y sus estaciones tienen para esos pueblos que fueron quedando a un costado, sin identidad, a medida que la campana de llegada y salida sonaba por última vez.
En las imágenes de la llanura, en esos rostros quemados, hay una idea de planicie, de falta de vibración, y con eso solo comprendemos que las palabras sobran, que sólo vendrían a subrayar lo que ya se comprendió.
Presentado previamente en el canal INCAATV dentro del ciclo La Cámara Lúcida, este documental de 2012 finalmente logra un estreno en salas, lugar en donde un trabajo con tanta preponderancia de la imagen podrá disfrutarse mucho más.