Hay algo del orden del oportunismo si se quiere pensar en algo más o menos razonable para este (¿RE?) lanzamiento de otra entrega del personaje encarnado tres veces por Jason Statham. “El transportador recargado” propone una idea (repito, una idea) de argumento que se condice con las estrenadas en 2002, 2005 y 2008. Frank Martin (Ed Skrein) debe seguir las instrucciones de un trío de mujeres, comandadas por Anna (Loan Chabanol), que fueron prostituidas y ahora quieren vengarse de su proxeneta Arkady (Radivoje Bukvic). Ahora, ¿por qué Frank haría semejante tontera de tirarse contra la mafia rusa? Porque las chicas, que se visten igual y usan pelucas rubias iguales, han secuestrado a su padre y no se lo van a devolver si no cumple con sus demandas.
Esa es la idea del guión de Adam Cooper, Bill Collage y nada menos que Luc Besson. La sensación es que se pelearon entre los tres y se filmó algo de cada uno para conformarlos a todos.
El primero de los desaciertos está en el casting. Ed Skrein tiene porte de modelito de relojes de lujo o de calzoncillos en esas revistas de moda que uno encuentra en las peluquerías. En la pantalla tiene el mismo nivel de expresividad que las fotos publicitarias: Duro, estático y sin emociones. La ventaja de las fotos es que no hablan. Acá sí, y duele un poco. Es cierto que no tiene la culpa de los diálogos, pero al ponerle la tonalidad de un clavicordio desafinado se vuelve insoportable. Ante semejante muestra de falta de criterio la figura de Jason Statham cobra, por ausencia, un tinte de imprescindible. Las chicas son muy lindas, refinadas, finas, esculturalmente bellas y delicadas. Se imaginará el lector que verlas empuñar un arma o dando una piña resulta tan bizarro como ver a Rambo bailar un vals. Ray Stevenson, el hombre con más experiencia del elenco, parece ser el único que entendió que para estar en “El transportador recargado”, había que reírse de lo que le tocaba hacer y es lo mejorcito de un elenco mal elegido y peor dirigido. Los villanos son de cartón corrugado y encima obedecen al mandato hollywoodense: si no se llaman Arkady, Yuri o Iván, entonces no son villanos rusos.
Otro desacierto del resto de esta producción es el de querer sacarse el guión de encima lo antes posible. Las transiciones no parecen estar construidas como tales, sino como puentes artificiales entre una escena de acción y la siguiente. Acá tampoco es muy feliz el resultado. Nadie pude negar la calidad técnica (sobre todo en la post producción), pero todo parece un regodeo en el preciosismo más que de utilidad narrativa o estética. En cuanto a las escenas de peleas coreografiadas no hay sorpresas, pero de nuevo, este actor hace que una trompada parezca un gag.
No es por ensañarse pero lo cierto es que esta intención de mantener la franquicia entrega la nada misma en términos de construcción de personajes e instalación de situaciones verosímiles, entre las cuales hay un auto que entra en la manga de acceso de un avión, o el secuestro del padre a quien dos de las chicas torturan terriblemente encamándose con él. Lamentablemente el director Camille Delamarre, responsable de la cuestionable “Brick mansions” (2014), no ejerce la autoconsciencia como para mofarse de sí mismo y sobrevivir en su propio mundo. Estaríamos hablando de otra cosa.