Dividida en tres partes, esta sátira comienza con un casting para elegir modelos masculinos, continúa en un restaurante, luego en un yate de lujo y finalmente en una isla, donde (tras un naufragio) algunos de los húespedes del barco sobreviven como pueden.
La intención es dejar en evidencia la frivolidad de ciertas personas y las dificultades para superar desigualdades sociales, pero lo hace desperdigando ironías sin brillo. Términos como igualdad, racismo, marxismo, feminismo o matriarcado se arrojan como provocaciones, así como se habla de instagram, influencers y otras expresiones de estos tiempos, sin alcanzar la profundidad que determinados debates o reflexiones suponen. Puede empezar recordando a Prêt-à-porter (1994, Robert Altman), continuar trayendo a la memoria una famosa canción de Cabaret (1972, Bob Fosse) cuando los empleados del yate se repiten a sí mismos Money, money, o a los Monty Phyton ante el aluvión de vómitos y mierda provocados por el meneo del yate (Estamos todos locos/The meaning of life, 1983), así como, al pronunciarse la palabra surrealismo, asoma el fantasma de Luis Buñuel. Pero si El triángulo de la tristeza toma –deliberadamente o no– elementos de mordaces películas previas, lo hace con pereza.
Hay un altercado por dinero cuyos ribetes histéricos pueden resultar graciosos, del mismo modo que las caídas y tropiezos ante los movimientos del barco pueden provocar risas, aunque ya Chaplin apelaba a ese tipo de gags, hace más de cien años y sin crueldad. Las ¿discusiones? entre un millonario ruso y el capitán del barco (Woody Harrelson), aunque no escalan –como uno supone– a la violencia, tampoco encuentran una justificación narrativa. ¿Hace falta agregar que en determinado momento se mata a un animal y que no falta la aparición ridícula de un negro, supuesto nativo de la isla en cuestión, cerca del final? No se trata de negar la verdad de algunas cosas que se dicen –como que Estados Unidos suele instalar “dictadores títeres en Venezuela, Chile o Argentina», o que “la guerra es algo lucrativo”– sino de lamentar que esos dardos no se integren a un todo más coherente y adulto. Teniendo en cuenta que con Force Majeure (que, pese a todo, dejaba la impresión de un director a seguir) el sueco Östlund había ganado un premio en una de las secciones del Festival de Cannes, y que posteriormente con The square, tanto como con ésta, obtuvo la Palma de Oro (en 2017 y 2022 respectivamente), bien podría usarse el título El triángulo de la tristeza para una ironía fácil, de esas que tanto parecen gustarle.