Sorprendente ganadora del último Festival de Cannes, “El Triángulo la Tristeza” es un singularísimo experimento social en manos de un especialista en diseccionar las clases acomodadas. Creador de sátiras extremas, el sueco Ruben Östlund, con cuarenta y ocho años de edad, ha dirigido ya seis largometrajes. Sus temáticas montan una parodia sobre las familias burguesas, ridiculizándolas, machacándolas crudamente, sin piedad alguna. He aquí su marca de autor. No obstante, para el presente film, tal virtud parece haber sido arrasada por una omnipresente carencia de sustento.
Este nuevo enfant terrible del cine europeo, tal y como fuera catalogado por cierta corriente crítica, exhibe su lustroso palmarés. Pero no alcanza…el escandinavo fracasa rotundamente al impostar el desafío a la opulencia cultural que denuncia la superficialidad de los tiempos que corren. La presente historia nos emplaza en un crucero de lujo, un trasatlántico, en donde encontraremos personajes de lo más variopintos: modelos, influencers, oligarcas. Nuevos ricos o clase alta de cuna y alcurnia, el director se ríe de vacuas manías. Pero se ríe solo; para el espectador, el sopor toma el timón. Existen pocas zonas grises en esta radiografía del poder bellamente fotografiada. Objeto de culto de ciertas trincheras cinéfilas y que maravillara a la Academia, premiando al film con una nominación en la categoría de Mejor Película.
Östlund pretende despedazar todo estado de bienestar y conformar a este como eje argumental indiscutido; dinero es poder. Hecha de absolutismo sin matices, como firma a pie de página de un experto en incomodar y maltratar a sus personajes, la redituable fórmula recuerda a la ejecutada en “The Square” (2017), en réplica de burla a la pedantería que caracteriza a los sectores sociales más acomodados. La intención es prometedora, a priori, pero su modo de implementación resulta en extremo aburrida, previsible y llana. Un ensayo acerca de quién es el más apto para sobrevivir y liderar a la manada. Quien tenga más dinero será más que su semejante. Disfraces de la alta suciedad están a punto de desaparecer. Reglas de trato al prójimo con desdén y aires de superioridad, que podrían cambiar de un momento a otro: el elemento trágico se hará presente, pero, ni siquiera por morbo nos sentimos atraídos a mirar.
Östlund adora no dejar títere con cabeza, jugando a ser irónico a velocidad crucero y rozando el registro surrealista de raigambre buñueliana, a lo largo de extensas dos horas y media de duración. Metraje que, por otra parte, se deja sentir. Quien también fuera responsable del laureado cortometraje “Incident by a Bank” (2010) explora relaciones tóxicas y roles de género, en microscópica mirada universal. El film aborda en espejo una observación de la escatología, sumiendo a sus personajes en sus propias heces, literalmente. Un doble ganador de la Palma de Oro se demuestra como excesivo y testarudo demiurgo que no coloca límites al circo que monta; lo excesivo y lo censurable rebosa en sus manos. Desmedido en su abordaje, las variadas subtramas que engloban conceptos, con más reiteración que ingenio, intentan explicar por demás cada una de las tres caras del mentado triángulo; no solo la expresión facial es lo que se resiente hacia su desenlace, notoriamente. El navío viaja hacia ninguna parte.
Seguramente existan, en el firmamento cinematográfico, ejemplares mucho más atractivos a la hora de exponer el capitalismo y otros extremismos, en paños menores. Su realizador elige el modo más caprichoso para plantear un dilema de índole moral, insuflándonos de ideas políticas de amplio espectro. “El Triángulo de la Tristeza” se escribe con trazo grueso a la hora de filosofar sobre la condición humana, una exploración de alianzas construidas y programas bajo los cuales se rige la sociedad. Torpemente, denuncia lo banal de modo banal y con exiguo nivel metafórico. La estupidez humana no es un concepto abstracto: un tercer acto como demostración más gráfica de una previsible lucha de clases borra cualquier rastro de uniformidad posible. Como aspecto a favor, el hecho de trabajar por primera vez en idioma inglés, le permite contar en su cosmopolita elenco con el destacado actor Woody Harrelson.