Absurdamente estúpida, una guerra de clases vacía, y encima, con final abierto, es lo que plantea la nueva película de Ruben Ostlund, que, convertido en un “especialista” en la lucha de clases y el snobismo, inexplicablemente ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes con esta horrible y vergonzosa propuesta.
Dividida en tres actos, en el primero, intenta revelar las diferencias existentes en el mundo del modelaje. Los hombres ganan poco, las mujeres mucho, y, según Ostlund, son avaras, evitando, por ejemplo, pagarle cenas a sus parejas o recriminando su crecimiento.
En el segundo acto la cosa la lleva al lugar de que esas mismas mujeres, pero con mucho, mucho, mucho dinero, manipulan a gusto y piacere a cada hombre y mujer que sientan que está por debajo de su nivel.
Y finalmente, en el tercero, inventa en una isla una supuesta sociedad “matriarcal”, donde los hombres son reducidos a fuerza laboral y sexual y ellas dominan y controlan absolutamente todo.
El poder analizado de una manera tan lineal y simple, que por más que se hable de capitalismo versus socialismo, en algún pasaje, cualquier reflexión que desea dejar, queda supeditada a la ampulosidad de una puesta en escena bella, pero ridícula.
Los ricos cagándose encima y vomitando todos los “manjares” que los obreros les prepararon, son solo algunas de las obvias, MUY OBVIAS, ideas que tienen el relato. Dos horas y media interminables, para los espectadores y los intérpretes, quienes hacen lo que pueden con esta tonta puesta al día de miles de historias que con inteligencia, llegaron a mejor puerto.