El costado absurdo de los ricos y famosos.
Ganadora de un premio internacional tan importante como la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes, El triángulo de la tristeza (2022) es una notable comedia ácida dirigida por el renombrado realizador sueco Ruben Östlund (The Square). También nominada en el rubro a mejor película del año en los próximos premios Oscar 2023, esta película no tiene medias tintas, ni mucho menos grises en su desarrollo. Es por momentos un relato de índole extremista, de a ratos lleno de escatología, hasta llegar a un punto absurdo, y quizás sea a causa de estas particulares características que muchos espectadores se sientan ofendidos o hasta agredidos, pero en realidad lo que su director Östlund nos quiere demostrar es su acertado e irónico punto de vista acerca de la vida burguesa actual, ya sea dentro de un viaje en un crucero de lujo o en el despiadado mundo de la moda. Este es el cine de autor que habla de la desigualdad social y de un mundo cada vez más competitivo y despiadado.
El filme está protagonizado por Harry Dickinson y Charlbi Dean (modelo y actriz sudafricana que murió tempranamente a los 32 años a causa de una enfermedad súbita en agosto del 2022). Ellos son Carl y Yaya, la pareja protagonista de las tres historias que se presentan en la cinta. Ambos son jóvenes, bellos y modelos. Son la quintaesencia de ese estándar de belleza que se impone en la sociedad. Pero si bien se presiente algo de cariño y deseo entre ambos, también hay envidia, celos e intereses económicos en su relación. Este comportamiento es de cierta forma normal para ellos, en los desfiles y castings como modelos de marcas de lujo donde se mueven lo importante es quién gana más dinero o quién logra posar para un diseñador conocido. Esto último sin tener el más mínimo decoro de humanidad o de compañerismo con otros pares. Todo esto lo podremos apreciar en el primer episodio de la película.
Es por eso que Carl, tras una pelea con Yaya, decide regalarle un trip (viaje) en un crucero de lujo, para descomprimir cierta tensión entre ambos (la cuestión es que ella gana casi el doble que él y para colmo es más famosa en el ambiente) y de paso descansar. Allí, en este segundo tramo, los novios disfrutarán, tomarán sol y beberán, pero también se encontrarán con un grupo de personas ricas y bastantes particulares (prestar atención al capital alcohólico personificado por un sacadísimo Woody Harrelson). Las situaciones graciosas, pero también las ordinarias y hasta asquerosas serán de la partida en este viaje bizarro.
En el tercer y último segmento de la película, junto a Carl y Yaya, se les unirá Abigail (Dolly De León), una tripulante que defenderá sus derechos a toda costa y a la que poco y nada le importará la riqueza de los pasajeros que debe atender en cada agotador viaje en el crucero.
En ciertos recursos narrativos aplicados por el realizador sueco Ruben Östlund se aprecia la influencia del humor descarado e irreverente del aquel emblemático grupo inglés, los Monty Python, comandado por el director Terry Gilliam. Ellos utilizaban un tipo de técnica innovadora para la época (década de los ’70s), que iba más allá de lo aceptable en estilo y contenido, y por medio de sketches dónde privaba el absurdo y lo políticamente incorrecto. Buscando influencias más cercanas a nuestros días, podemos mencionar el tipo de comedia que filmaban los Hermanos Farrelly en los 2000. Aunque Ruben Östlund es un realizador muy personal, que filma notablemente y en resumidas cuentas su Triángulo de la tristeza es simplemente una burda sátira al capitalismo, tanto como al poder y el abuso en que caen en sus superfluas existencias algunos ricos y famosos. No mucho más.