EL TEATRO DE LA VIDA
Si pusiéramos películas en espejo, sólo para indicar el reverso, El triunfo es lo opuesto de César debe morir (2012), de los hermanos Taviani. Comparten temática (la posibilidad de generar un lugar para el arte en cárceles de máxima seguridad), pero el camino es totalmente diferente. Allí donde los Taviani hibridan las formas genéricas y nunca pierden de vista la institución, Emmanuel Courcol hace honor al título de su propuesta, “el triunfo”, acudiendo al viejo esquema del individuo que lucha contra obstáculos y de algún modo llega a la victoria. Con mensaje incluido, por supuesto.
El individuo en cuestión es Etienne, un actor desocupado que decide hacerse cargo de un taller. El objetivo es ambicioso: poner en escena con un grupo de cinco reclusos Esperando a Godot de Samuel Beckett. A medida que avanza el proyecto, Etienne deberá lidiar con sus propios fantasmas y con sus obsesiones. Ponerse en el rol de director implica bordear una delgada frontera hacia el autoritarismo, sacudir el ego por la cara de modo peligroso, y si a ello sumamos la inexperiencia de quienes actúan todo se vuelve más problemático. Si bien los presos intentan colgarse el traje de profesionales, Etienne se dará cuenta de que lo más importante será hallar ese diamante que todos llevamos adentro y que alguien ayuda a pulir.
Ahora bien, hay por lo menos dos formas de seguir la historia. Una de ellas consiste en perderse y dejarse llevar por el ritmo que propone, entregarse a la ficción edulcorada que oculta lo peor de la cárcel para ceder el paso a un grupo simpático de presos, construidos dramáticamente para tales fines narrativos. En esta dirección, en la que se propone como comedia dramática, inofensiva para aquellos que suelen consumir el fetichismo de la marginalidad, la película cumple las expectativas.
No obstante, si se hurga un poquito, si se sale de esa superficie de placer, son demasiados los subrayados que se encuentran, asociaciones forzadas a partir de la idea de la obra de Beckett. La cuestión de la espera está lo suficientemente marcada en varios tramos y sentidos, y entonces asoman los mensajes peligrosamente. Inspirada en hechos reales, El triunfo se evidencia como una recreación personal acomodaticia a los parámetros y a las exigencias industriales, con un enorme protagónico de Kad Merad y una desdibujada mirada sobre la cárcel, más cercana a una carpa de circo que a la verdadera institución.