Los films sobre fugas carcelarias resultan siempre atrayentes para el espectador porque producen una empatía con el o los escapistas, quizás por un afán inconciente por reivindicar al convicto, más allá de los crímenes que haya cometido. El túnel de los huesos es un film del género de un nivel sólo aceptable, pero que está dotado de una gran vibración, a la que se le agrega el ingrediente extra de ser un hecho real ocurrido en la cárcel de Devoto a principios de los años 90, con conexiones con los crímenes de estado de los años 70. Antecedentes como Los evadidos o La fuga de Eduardo Mignogna hablan de una temática abordada por el cine argentino con buenas armas expresivas.
Si bien en este caso algunas escenas y diálogos pueden no convencer, no se puede negar que el film atrae en todo momento y se robustece aún más a partir de un atroz descubrimiento por parte de los reclusos. La trama, resuelta a través de flashbacks que parten de la charla de un prófugo con un periodista (que representa a un joven Ricardo Ragendorfer), llega a un punto central al toparse los condenados en plena excavación con osamentas pertenecientes a cuerpos abatidos por la represión, con lo que este producto de suspenso carcelario nos retrotrae a un nefasto pasado. Las escenas en el túnel son de una notable verosimilitud y algunas sólidas interpretaciones colaboran en este sentido, especialmente las de Raúl Taibo, Luciano Cazaux y Daniel Valenzuela.