Tanta belleza para tan poco cine...
Dicen que Venecia es una de las ciudades más bellas del mundo. Dicen también que Angelina Jolie es una de las actrices más sexies y fotogénicas del planeta (para mí no lo es tanto, pero no es éste el ámbito para un debate en ese terreno). Y aseguran muchísimas mujeres (no sé qué dirán los gays) que Johnny Depp es uno de los galanes más seductores e irresistible del planeta. Pues bien, cuesta entender, entonces, cómo con los canales y el lujo veneciano de fondo más el aporte de una pareja hiper taquillera como esta, el alemán Florian Henckel von Donnersmarck (el mismo de la exitosa La vida de los otros) haya concretado un thriller romántico sin suspenso ni tensión, ni química ni erotismo.
El guión -permítanme la analogía algo obvia- hace agua y se hunde como la ciudad que le da marco: hay unos cuantos misterios dando vuelta, pero el relato es tan chato que al poco tiempo importa bastante poco quién es quién (y quién engaña a quién) y el destino de los cientos de millones de dólares en juego.
Que Angelina -en plan femme-fatale pero con su cara siempre fruncida y su actitud seductora demasiado impostado- podría ser cómplice de una confabulación o una agente secreta, que Johnny -incómodo en un papel contenido- podría ser el torpe turista del título o un brilante estafador, que los mafiosos ingleses y rusos pueden ser muy violentos, que la policía inglesa (y la italiana) puede ser bastante inoperante... Nada de eso adquiere el más mínimo interés en este inverosímil relato que resulta un sucedáneo siempre menor de la saga de James Bond, de la del agente Jason Bourne, de la de La gran estafa, de Sr. y Sra. Smith o del viejo y querido thriller hitchcockiano de Para atrapar al ladrón.
La película no sólo es chata, también luce avejentada. Y no es sólo porque intente rememorar al cine clásico de espías, sino porque no encuentra nunca el tono. Es demasiado solemne para funcionar como comedia (además, nunca se atreve a incursionar en la sátira, a jugar con el absurdo, a trabajar la ironía) y es demasiado blanda, demagógica, previsible y condescendiente como para hacerlo en el terreno del buen noir. Así, El turista resulta un film completamente fallido, casi al borde del ridículo. Habrá quienes vayan al cine atraidos por los escenarios, por sus carilindos protagonistas o por los antecedentes del director, pero estoy convencido de que la inmensa mayoría saldrá bastante defraudada por una propuesta que, más allá de cualquier análisis teórico, de tecnicismos o de elaboraciones intelectuales, no cumple con casi nada de lo que prometía ni siquiera en plan de entretenimiento liviano, superficial y llevadera.