Salt reloaded
Menos de seis meses después del estreno de Agente Salt (Salt, 2010), Angelina Jolie sigue en el rol de femme fatale perseguida por el servicio secreto de turno en El turista (The Tourist, 2010) , esta vez enloqueciendo hasta la médula al pobre visitante norteamericano que interpreta Johnny Depp. Lejos del desastre de proporciones épicas que la prensa internacional vaticinaba, el debut en Hollywood del alemán Florian Henckel von Donnersmarck (La vida de los otros, 2006) es una sobria comedia que, como nunca antes, reconoce la belleza enorme de Jolie.
El pobre de Frank (Depp) intenta reparar el corazón roto después de su reciente viudez recorriendo las principales urbes europeas. En el tren de París a Venecia conoce a Elise (Jolie), con quien inicia un juego de seducción que culminará en un elegante hotel italiano. Pero ella tiene otras intenciones. Perseguida por el servicio secreto norteamericano, Elise tratará de hacerles perder la pista mientras busca su verdadero objetivo.
Difícilmente sea fruto de la casualidad los estrenos de Agente Salt y El turista separados por menos de seis meses. Los papeles casi calcados de Angelina Jolie, sibilina, parca, de magnetismo físico inconmensurable, son producto de que la industria norteamericana comienza a darle el lugar que mejor le sientan a sus curvas mortales. La diferencia entre ésta y su virtual predecesora –además de las connotaciones políticas y el apego por la acción desenfrenada- radica en la validación cinematográfica de la tendencia. Como pocas veces en la filmografía de la hija de Jon Voight, El turista está atravesada por la magnificación de su figura mediante la obnubilación de los personajes que conforman el cuadro: todos se dan vuelta para verla, todos abren sus bocas incrédulos ante su paso.
Esa aceptación de la figura femenina ubican a esta historia de persecuciones entrecruzadas (Elise está de novia con un banquero corrupto al que busca la policía y la mafia; Frank tiene la desgracia de parecerse) en un lugar mucho más lúdico y feliz que la supuestamente lúcida y feliz Duplicidad (Duplicity, 2009). Lo que allí era todo cálculo y premeditación para rumbear la trama hacia el cancherismo grácil, aquí es burbujas y leve, como si von Donnersmarck supiera que el espectador sabe que posiblemente nada salga demasiado mal, que todo se puede doblar pero jamás romperse.