Hay un solo motivo para ver “El Turista”, y son sus actores, especialmente Johnny Depp. La trama es un conjunto de esos elementos que Mr. Hitchcock inventó –mucho antes de James Bond– para sus películas de aventuras, como “Los 39 escalones”, “Saboteadores” o “Intriga Internacional”. Aquí hay agentes internacionales, un hombre fantasma, una mujer intrigante que puede o no ser una criminal, y tremendos villanos. Más vueltas de tuerca varias, especialmente en el final sorpresa –que no sorprende realmente a nadie que haya descubierto la mecánica del asunto más o menos a los 40 minutos de película–. Pero si un rodaje perezoso, el regodeo en los paisajes, el movimiento felino de Angelina Jolie (aunque es cierto que nadie en el cine se parece hoy tanto a un gato bello como ella) y notorios diálogos explicativos generan el deseo de que el film “arranque”, por lo menos está Depp. Depp actúa al mismo tiempo con la voz, el rostro y el cuerpo entero: basta verlo huyendo por los tejados de Venecia para comprender por qué nos atrae. Corre o salta como un clown desesperado que oculta al espectador su habilidad. Es en ese movimiento que se transforma en un gran actor cómico, en el único galán cómico de los últimos 50 años: Cary Grant fue otro, pero su estilo era el del dandy hierático que corre en maizales desiertos. Depp es Buster Keaton anonadado por las desgracias del mundo, pero acomodándolo a sus movimientos. Es eso lo que hay para ver en este film menor.