…Y PISA FUERTE
Novedad para el cine argentino: un film de monstruos… y con monstruo mitológico, concebido por un director cordobés, rodaje en esa provincia y en Salta y personaje–criatura con remedo de Pie Grande y el Yeti. En fin.
Parece demasiado pero el riesgo siempre será bienvenido más aun cuando no se recuerdan ejemplos semejantes en el cine nacional. Salvo, claro está, aquella relectura kitsch y selvática de El bebé de Rosemary parida por Armando Bó detrás de cámara y en la piel de El Pombero dentro de las demenciales imágenes de Embrujada (1969) con Isabel Sarli acosada por el peludo protagonista con mascarita diabólica de carnaval.
Pero El Pombero no pisa tan fuerte como El Ucumar al que se lo ve poco y nada de acuerdo a la acertada elección del fuera de campo y del espacio off a cargo del cineasta Revol Molina (tercer largo de su carrera).
El Ucumar parece ser una criatura mitológica, de relato de cuento breve o de construcción oral de acuerdo a quienes aparentemente lo cruzaron en alguna ocasión. Por eso, la película tiene dos ejes paralelos como relato cinematográfico. Por un lado, la labor que cumplen tres biólogos (dos hombres, una mujer) investigando el supuesto accionar de un oso en la selva. Trío especializado que contará la ayuda de un lugareño, el clásico personaje que conoce al detalle el hábitat, pero que reniega de la presencia de un animal para darle cabida al mítico monstruo que se mostrará cerca del final. Y, por otra parte, cinco pequeños flashbacks como si se trataran de viñetas dramáticas que refieren al Ucumar, mostradas como breves inserts narrativos que funcionan placenteramente en contrapunto al tiempo presente. Dentro de esos cinco pequeños hechos que cuenta El Ucumar, plagados de sangre, rituales y exposiciones terroríficas estilo gore, se destaca “El origen”, que refiere al nacimiento de la criatura, donde la película invoca de manera elocuente, en cuanto a la transformación en cámara, a aquella El hombre lobo americano de John Landis.
Revol Molina explora con delectación ese espacio selvático, aunque en más de una ocasión se regodea con el uso de una cámara aérea, cuestión que no invalida que la naturaleza como protagonista secundario pero de peso dramático en la historia se fusione a los personajes. Vaya casualidad (o no tanto): el año pasado se estrenó El monte, la muy buena película de Sebastián Caulier donde la combinación naturaleza-personaje se dirigía a contar una historia donde el misterio y la elusión cobraban protagonismo. En ese punto, El Ucumar es diferente: la apuesta de Revol Molina invoca a los films clase B de los años 40 y 50 reinterpretados por los tiempos actuales: el cine como aventura y como exploración de diversos géneros cinematográficos valiéndose de personajes transparentes que no necesitan de explicaciones simbólicas.
En ese sentido, El Ucumar es una película original, un primer intento de resurrección de un cine y una manera de narrar una simbiosis de terror y aventura que parecía perdida en el tiempo.