Michael Caine y la redención
El último amor (Mr. Morgan's last love, 2013) es de esas películas donde el personaje principal tiene un tiempo determinado para hacer las paces con el mundo y reivindicarse con sus seres queridos. Un tipo de relato que tanto desean protagonizar los actores consagrados, porque les implica realizar una curva dramática lo suficiente pronunciada como para poner en escena todo su oficio. Y Michael Caine se mueve como pez en el agua.
Matthew Morgan (Michael Caine) es un jubilado solitario que deambula por las calles parisinas luego de enviudar. Su relación con sus hijos no es muy cercana, y no tiene a nadie con quien compartir su tiempo. De hecho vive en París y jamás aprendió el idioma local debido a que su mujer se comunicaba por él. Un buen día, su suerte cambia: conoce a Pauline (Clémence Poésy), una joven profesora de baile con quien forja una tierna amistad. Ante un problema de salud de Morgan, sus hijos aparecen en escena reclamando por la herencia, y el conflicto se presenta.
Se pueden trazar similitudes entre El último amor y los films Están todos bien (Everybody's Fine, 2009), Antes de partir (The Bucket List, 2007) y Las confesiones del Sr. Schmidt (About Schmidt, 2002). Vale aclarar que en esta última el director Alexander Payne le encuentra una vuelta de tuerca al relato de reivindicación personal, sacando provecho de los clichés transitados. El resto de las películas siguen a rajatabla la curva purificadora del personaje. El último amor tiene el aval de ser filmada en Francia donde cierto aire de cine europeo ayuda a reivindicar a los actores hollywoodenses de más de sesenta años de edad, y así tal proceso entre el mal tipo que fue Morgan y el buen anciano que aprende ser, se contrasta con el actor que supo trabajar en películas de puro entretenimiento y la profundidad que dicho film supone.
Pero no todo lo que se hace en el viejo continente tiene características artísticas y El último amor menos aún. Dichas técnicas de filmación que se alejan de lo narrativo no alcanzan para hacer una “película de personajes”, y terminan inevitablemente tornando al relato engañoso. El argumento plantea una línea existencial atractiva que se disuelve con el correr de los minutos en un clásico melodrama familiar. En esa delgada línea entre lo profundo y lo trillado aparece el gran Michael Caine, dándole solvencia y cargándose al hombro una película que sin él rozaría la intrascendencia.
El film dirigido por Sandra Nettelbeck camina por la cornisa de este tipo de relatos, buscando por momentos la sensibilidad en situaciones existenciales (y muchas veces lo logra) y cayendo en lugares comunes en otras. Reiteramos: la presencia de Michael Caine es fundamental, alrededor de su figura funciona la película.