El placer de estar contigo
Un gran Michael Caine para un filme sobre el amor de un hombre en la tercera edad, que ha perdido a su esposa.
Por la temática, El último amor podría ser la continuación de Amor, de Michael Haneke. La cuestión es: cuáles son las razones para seguir viviendo cuando el gran amor de la vida, el que le daba sentido a todo, ya no está, y no hay perspectivas -ni tiempo- de que aparezca otra persona que llene ese vacío. Cómo escapar a la soledad en la tercera edad, cuando, aun sin una extraordinaria decadencia física o mental, se sabe que las puertas que se fueron cerrando a lo largo del camino ya no van a volver a abrirse.
La película muestra una rara lucha entre la obviedad del peor cine de Hollywood y la profundidad del buen cine europeo. Una tensión que quizá se explique a partir de que su directora, Sandra Nettelbeck, es alemana pero se formó como cineasta en los Estados Unidos, y escribió el guión basándose en una novela francesa -La douceur assassine-, de Françoise Doner.
Como el personaje de Jean-Louis Trintignant en Amor, el Mr. Morgan de Michael Caine queda viudo luego de haber acompañado a su mujer durante su larga agonía. Y hasta ahí llegan las comparaciones con la película de Haneke, porque en el panorama de este estadounidense perdido en París -la ciudad que su esposa eligió para pasar la vejez- aparecerá Pauline, una joven tan encantadora como irritante, que viene a endulzar un poco la amargura de la trama, y a arruinarla otro tanto.
La (trillada) idea -sugerencia: ver El placer de estar contigo, de Claude Sautet- es mostrar la confluencia de dos personajes opuestos, tanto en edad y formación como en vitalidad, pero algo no funciona. Los actores y sus criaturas sintonizan frecuencias demasiado diferentes: los exasperantes mohínes de la bella Clémence Poésy contrastan con la sólida presencia del gran Michael Caine; Pauline nunca termina de ser creíble, y le quita desarrollo a Mr. Morgan. La película vuelve a remontar cierto vuelo cuando aborda el vínculo del profesor jubilado con sus hijos; entonces, entre muchos diálogos obvios, es posible rescatar algo de verdad.