Los dramas románticos no parecen tener dificultades para aceptarse como tales. La premisa de sus historias parten de dos o tres axiomas elementales que sustentan los entramados: El amor existe; siempre hay que darle una oportunidad al amor; el amor todo lo puede, y así por el estilo. Una vez elegido el tono los escritores habrán de imaginar quienes serán los personajes, que características tienen que justifican sus estados actuales y cuáles serán los eventos tendientes a juntarlos, separarlos, o eventualmente ambas cosas al derecho o al revés. De todos modos, para funcionar en cine, el casting es fundamental. Esto dicho en términos generales, por supuesto.
“El último amor” ubica a dos personas en París: El Sr. Morgan (Michael Caine) es un octogenario viudo, solitario, y con cierta tendencia a querer terminar su existencia en este planeta; Pauline (Clèmence Poèsy) es una joven con menos de la mitad de su edad cuya vocación es la de ser instructora de baile. Ambos están atravesados por cierta desazón respecto de la vida en general, y del hecho de estar acompañados en particular.
Por supuesto las convenciones indican que sus caminos se tendrán que cruzar.
La premisa de la que parte Sandra Nettelbeck para contar su historia es la de saber que ambos están solos, se necesitan mutuamente, pero además se complementan como si fueran piezas de un Tetris. Hasta aquí no hay más intención que la de contar cómo dos personas aprovechan la circunstancia de conocerse para re-descubrir las razones de sentirse vivos. El problema surge cuando, al intentar ser literal con la adaptación de la novela de Francoise Dorner, la narración sufre desajustes por la inclusión de situaciones (un conflicto a nivel familiar de Pauline) o personajes (el de Gillian Anderson, como Karen Morgan) que terminan desviando el foco de atención, o simplemente no aportando nada como subtrama a una película que en apariencia no lo necesita.
Por otro lado, una banda de sonido almibarada propone estados de ánimo en lugar de delinearlos, con lo cual parte del trabajo actoral queda decorativo. A este respecto, la química entre Clèmence Poèsy y Michael Caine es, por lejos, lo que mejor funciona, y acaso la virtud más importante de “El ultimo amor”. Por lo demás, presenciamos una historia simple que no pretende ser más de lo que es, y en esta austeridad de ambición queda la anécdota de ver un cuento correctamente narrado.