Adiós muchachos
El documental de Germán Kral se centra en el Bar El Chino.
El proyecto de un documental se queda muchas veces en eso, en un proyecto. La realidad, en todas sus formas, tiende a entrometerse en esa "realidad" que los documentalistas necesitan construir para acotar su universo de trabajo, para armar sus hipótesis. Y eso genera mutaciones, modificaciones, cambios. De ahí a que, generalmente, el guión de los documentales suelen armarse durante y después del rodaje, en lugar de antes, como se acostumbra en la ficción.
Algo así le ha pasado a Germán Kral, quien no imaginaba en el año 2000, cuando empezó a filmar un documental sobre el Bar El Chino -un reducto tanguero y gastronómico en el barrio de Pompeya- que una "realidad" inesperada se iba a colar en su proyecto y, a mitad de camino, se iba a quedar sin la posibilidad de concretar su idea original y con la necesidad de transformarla en otra cosa.
El último aplauso arranca entonces como un documental sobre ese bar regenteado por Jorge "El Chino" García, un reducto ruidoso y amigable en el que, entre platos y copas, unos cuántos veteranos cantores (entre ellos, el propio dueño del local) y un guitarrista hacían de lo suyo a voz en cuello. Durante media hora, el filme sigue sus historias de vida y registra sus performances en el boliche. Pero, de golpe, "El Chino" García muere y Kral parece quedarse sin película: el bar queda al mando de la mujer de García, se produce un distanciamiento entre dueños y músicos, y adiós muchachos...
Fue allí que Kral decidió continuar su documental centrándose en cómo siguieron las vidas de esos cantores del Bar El Chino luego del cierre del lugar: Cristina de los Angeles, Inés Arce, Julio César Fernán y el guitarrista Abel Frías son los principales, pero no son los únicos.
No se explora mucho el porqué de la "fractura" que se produce tras la muerte de El Chino (¿problemas económicos?, ¿personales?), pero de allí en adelante, Kral se dedicará a reunir a los tres cantantes, años después, con una banda joven de tango (la Orquesta Típica Imperial) y a llevarlos al encuentro con ese esperado "último aplauso".
Las interpretaciones de clásicos tangueros ocupan buena parte del metraje del filme (quedará en manos de los especialistas determinar la calidad musical de cada uno) y la película, que había comenzado como un entrañable documento de un lugar fascinante y un momento intenso del país (mediados de 2001), va forzando su propuesta de una manera que se adivina extremadamente preparada, guionada.
Tanto el encuentro con los músicos jóvenes, como las situaciones que se van produciendo en la segunda mitad del filme están más cerca de la ficción (hasta se nota el tono "actuado" de muchos de los músicos, tono que no tenían previamente) que de un verdadero documental.
Pese a esas objeciones, El último aplauso conserva su valor como propuesta gracias al encanto genuino de sus principales protagonistas. Las vidas -y las emociones- reales de Cristina, Inés, Julio y de los otros personajes secundarios se cuelan en el prolijo entramado exportable del filme y le dan una vitalidad y frescura que le permite lograr escaparse del concepto de "producto" que rodea a la película de Kral, un argentino radicado en Alemania. Es por ellos, y por las historias de vida que ponen en cada interpretación, que la película merece la pena.