Todo menos inmortal
Sin sentido del suspenso ni del misterio, a la película El último cazador de brujas, sin embargo, le sobra imaginación, esa clase de imaginación que puede obtenerse a precio de oferta en cualquier supermercado de fantasía esotérica.
El musculoso Vin Diesel, a quien le debemos por los menos tres personajes icónicos del nuevo siglo (Toretto, de Rápido y furioso; Riddick, de la saga del mismo nombre; y Xander Cage de xXx) esta vez le da cuerpo a Kaulder, un guerrero que fue condenado a la inmortalidad el día en que mató a la reina de las brujas en la Edad Media.
Desde entonces ha vagado por el mundo eliminando a los exponentes más dañinos de esa raza de criaturas con poderes sobrenaturales que conviven con los humanos. Pero, salvo por la escena inicial, esa introducción histórica es presentada por la voz de un viejo sacerdote contemporáneo (Michael Caine, ya reducido desde el Batman de Nolan a simpática figura secundaria).
De modo que el tramo más significativo del relato se desarrolla en el presente, con lo que la prometedora escenografía gótica del principio se transfigura en una insípida Nueva York, siempre más apta para las comedias o los policiales que para el terror fantástico.
Si bien cualquiera que conozca la historieta Gilgamesh, el inmortal hubiese preferido que contrataran al maravilloso Robin Wood como guionista, hay que decir que los tres escritores que firman el guion de El último cazador de brujas (Cory Goodman, Matt Sazama y Burk Sharpless) le entregaron un material más que digno al director Breck Eisner, con todos los cabos atados y una serie de personajes interesantes.
Sin embargo, esa trama bien tejida no sirve como red de contención a la indiscriminada abundancia de efectos especiales, detalles decorativos, explicaciones innecesarias, flashbacks y subrayados sonoros que hacen de esta película algo así como un catálogo de todo los pecados que no deben cometerse a la hora de contar una historia en la pantalla.