Un inmortal demasiado efectista
Kaulder, el personaje con el que Vin Diesel piensa cubrir la abstinencia que le dejará el final de Rápidos y furiosos, lleva 800 años luchando junto a una sociedad secreta cobijada por la Iglesia Católica contra la amenaza de un velado culto ancestral fundado en tiempos medievales por una "reina bruja", creadora de la peste negra. El destino de Kaulder está desde entonces atado al de la hechicera, agazapada por siglos a la espera de un regreso triunfal desde el inframundo. Ese momento está por producirse.
Toda la película es la crónica de la vigilia y el estallido de esa ancestral batalla entre Kaulder (asistido por una insípida y gótica "organizadora de sueños") y ese ejército del mal. La trama acumula sin convicción situaciones demasiado explicadas, vistas una y otra vez en casi todas las historias de su tipo (como los infaltables, forzados y efectistas flashbacks que nos recuerdan la culpa de Kaulder por el sacrificio de su familia), y sólo se sostiene en la calidad de los efectos visuales.
La atracción entre los dos protagonistas resulta tan lánguida y artificiosa como los volantazos que pega cada tanto el guión para conservar cierta lógica. Todo es tan endeble que hasta la siempre poderosa presencia escénica de Diesel luce aquí inesperadamente raquítica. La película está pensada como el prólogo de una historia con perspectiva de continuidad. Pero con este episodio inicial lo único que se augura para este inmortal es una vida escasa en la pantalla.