I don’t what to do
you don’t know what to say
the scars on my mind are on replay
HISTORIAS INNECESARIAS
The Last Duel parecería, a priori, una película perfecta para que los talentos de Ridley Scott se luzcan: el escenario medieval, sus batallas y castillos, ofrece todas las posibilidades para que el diseño de producción brille; la historia enfrenta al caballero Jean de Carrouges (Matt Damon) con su escudero Jacques Le Gris (Adam Driver) y está llena de momentos de alta intensidad dramática para el lucimiento actoral; por último, la presencia de un personaje femenino potente como Marguerite de Carrouges (Jodie Comer) no sólo le permite a la actriz demostrar su capacidad en la pantalla grande sino que se suma a las heroínas que pueblan la filmografía del director desde que Ellen Ripley puso sus pies en la Nostromo.
Los condimentos estaban. Sin embargo, el plato final no es sólo una película atípica en la filmografía de Ridley Scott –lo cual, a sus 83 años, siempre resulta bienvenido-, sino una película fallida, redundante al borde del tedio, tironeada por su intención de ser varias cosas al mismo tiempo y, en última instancia, anticuada e ingenua.
Tomando en cuenta los principales nombres involucrados en la producción de The Last Duel, resulta tentador atribuirle a cada uno las distintas intenciones que atraviesan la narrativa de esta película. Podría especular con que las escenas de mayor aliento épico y nervio a la hora de filmar –que son pocas y, por nada del mundo, las más relevantes para la historia- fueron las que atrajeron a Scott a esta propuesta; que el relato de una amistad que se rompe, de alianzas y traiciones entre hombres, fueron el motor para Matt Damon y Ben Affleck (que también habrán visto la oportunidad de otorgarse dos buenos papeles); que la mirada de Marguerite de Carrouges -finalmente, el corazón de la película- debe haberse beneficiado sustancialmente con la escritura de Nicole Holofcener (dos de las seis manos involucradas en el guion). Opto por desconfiar de una lectura tan unidimensional de un proceso creativo y prefiero postular que, si The Last Duel es una película fallida, es porque pretende generar una intriga que no sostiene, porque se adjudica una profundidad psicológica que no es tal.
The Last Duel cuenta tres veces la misma historia, a través de tres capítulos con miradas contrapuestas: una, la del caballero Jean de Carrouges, un hombre valiente y cabeza dura que considera que sus esfuerzos no son debidamente reconocidos; Jacques Le Gris, su escudero compañero de batallas, seductor y hábil para ganarse la confianza de los nobles; Marguerite, esposa de Jean, hija de un noble en bancarrota, una mujer que nunca pudo elegir nada. Una noche, mientras Jean está en una batalla muy lejos, Le Gris se mete en su casa y viola a Marguerite. Ella lo acusa públicamente y Jean lo reta a un duelo a muerte para que sea Dios quien elija al ganador (por ende, al portador de la Verdad). Le Gris, que se proclama inocente, acepta. Si Jean de Carrouges -que ya tiene sus achaques fruto de un sinfín de batallas- llegara a perder, la única damnificada sería Marguerite, condenada a morir en la hoguera con el hijo del caballero en su vientre.
Marguerite es el trampolín para introducir una lectura feminista y convertir a The Last Duel en una suerte de anti-épica. Lo que se presenta como una disputa por el honor entre dos hombres se convierte gradualmente en el relato claustrofóbico de una mujer atrapada en una disputa brutal entre hombres patéticos: un mimado de la corte convencido de que su labia lo hará salir impune y un marido dispuesto a sacrificarla para salvar su orgullo. El capítulo que narra el punto de vista de Marguerite es el más sólido y potente. También es el que hace tambalear toda su estructura: viéndolo, uno se pregunta por qué la película demora tanto en arribar a este punto.
En algún lado leí que los autores se inspiraron en Rashomon a la hora de plantear esta estructura tripartita, pero sólo una lectura muy superficial de Rashomon permitiría vincular a The Last Duel con la película de Kurosawa (además de un ego un tanto inflado). Si en Rashomon las miradas extremadamente contrapuestas sobre un mismo hecho (también una violación) permitían alimentar la tensión y ofrecer una reflexión sobre la dificultad de acercarse a la verdad en el marco de un juicio, en The Last Duel, ese marco está ausente: los tres puntos de vista se suceden de manera arbitraria, separados por una placa negra con la leyenda: “la verdad según…”. Al llegar al segmento de Marguerite, la sección que reza “según Marguerite” se esfuma en un fundido, quedando sólo en pantalla: “la verdad”.
La pregunta es, entonces: ¿por qué The Last Duel se toma dos tercios de su duración para construir una intriga que no es tal?. Nunca parece estar en cuestión que la violación haya ocurrido: la misma película nos señala que es a Marguerite a quien tenemos que creerle. ¿Por qué, entonces, la película se extiende sobre la mirada de los dos personajes masculinos? Podría tratarse de una película polémica e incluso reaccionaria, que propusiera una multiplicidad de miradas sobre un mismo hecho, pero se detona a sí misma cuando abraza la mirada de Marguerite como el verdadero punto de vista de la historia. Una decisión narrativa que evidencia que todo lo anterior no ha sido más que una gran dilatación, no más que una extensa y lujosa pérdida de tiempo. De paso, Scott filma dos veces la escena de la violación enfatizando la violencia del ataque las segunda vez, achatando la incomodidad en favor de cierta crueldad.
Eventualmente, llega el duelo del título y gana Carrouges. Una carreta arrastra el cuerpo inerte de Le Gris y el guerrero Jean cabalga de regreso a su hogar, su honor restaurado. En el horizonte, se construye la Catedral de Notre Dame. Detrás, en un segundo plano, cabalga Marguerite que acaba de salvar su vida; una vida siempre a merced de los caprichos de los hombres. Es un final amargo, que la película decide resolver con un sobre-final en el cual se nos explica que Jean de Carrouges murió en las Cruzadas y que Marguerite crio a su hijo pero nunca se volvió a casar. Un final que quizás sería apropiado si la película se abocara totalmente al punto de vista de Marguerite pero que acá se siente trunco, incompleto. Extraño, tratándose de una película de dos horas y media que sólo en su último tercio parece encontrar una gran historia para contar y, sin embargo, nunca termina de decidir qué hacer con ella.