El fracaso de "El último duelo" en taquilla ha sido estrepitoso, negarlo sería faltar a la realidad. Y aunque Ridley Scott haya cargado contra los millenials, lo cierto es que debería mirar más a Disney y la falta de promoción que a un público en particular. El problema que ha habido con esta película es que no se le dió la publicidad suficiente y para una obra que reconstruye una historia del s. XIV, eso puede ser condenarla a la ignominia.
Lo cual es realmente una pena, ya que se trata de una de los mejores films del año. El tiempo suele ser un gran ordenador y no sería raro que en un futuro consiga el reconocimiento que merece.
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Para hablar de "Él último duelo" hay que viajar a la Francia del siglo XIV, en plena Guerra de los Cien Años ante Inglaterra. Ridley Scott nos contará una historia particular, que incluirá tres puntos de vista ordenadores de los hechos. El primero es el de Jean de Carrouges, un escudero de raíces nobles, tan orgulloso como descuidado. El segundo es el de Jacques Le Gris, un vasallo del Conde Pierre, calculador y ambicioso. Y el tercero y central, el de Lady Marguerite, esposa de de Carrouges, una mujer inteligente y con personalidad.
A partir de un hecho brutal hacia Marguerite, la historia se vuelve tan dolorosa como atrapante. Como Kurosawa en Rashomon, Scott, aprovecha las distintas miradas para aportar nuevos elementos y crear una narrativa exquisita.
Aunque es verdad que el truco narrativo enceguece, sería un error quedarnos solo con eso. En esta película se ponen en juego la honorabilidad, el orgullo, y sobre todo las características de un régimen donde la palabra de la mujer tiene un valor nulo. La verdad, entonces, solo parece resumirse a un juego de poder, donde Dios es tan solo una excusa.
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En 'El último duelo' no resuena fuerte el ruido de las espadas, ni los ríos se tiñen de sangre, pero la violencia está presente en todo momento. Violencias que hoy no son ajenas a nuestro presente, aún habiendo pasado casi 700 años. Una invitación a la reflexión, poderosa e imprescindible.