Un relato épico con tintes de modernidad
La última película de Ridley Scott (Los duelistas, Gladiador, Cruzada), basada en la obra homónima de Eric Jager y realizada en plena pandemia, si bien está lejos de ubicarse entre sus mejores títulos, devuelve a la pantalla grande un género que desde hace un tiempo considerable no ocupa lugar en la cartelera. El resultado es una producción indiscutible en términos de realización y narración, aunque las búsquedas del guion coescrito por Ben Affleck, Matt Damon y Nicole Holofcener resulten bastante irregulares.
Mucho fue el lamento por que no llegue a los cines argentinos The Green Knight, la última película de David Lowery que reversionaba el mito artúrico de Sir Gawain y el caballero verde, basado en una leyenda anónima del siglo XIV. Claro que, acorde a las tendencias, el film protagonizado por Dev Patel podría haber significado un fracaso absoluto en la taquilla a raíz de su estructura poco convencional. No obstante, El último duelo, además de ser el ansiado regreso de Scott al ruedo (y esto no es lo último, ya que en diciembre llegará al país House of Gucci, película de la que se acaba de confirmar una duración de ¡200 minutos!) significa una nueva oportunidad para que los relatos épicos históricos vuelvan a ser una opción para presenciar frente a la pantalla grande.
El último duelo comienza en el año 1386 en París, con un flash-forward que anticipa el duelo entre el caballero Jean de Carrouges (Damon) y su antiguo escudero Jacques LeGris (Adam Driver), mientras la joven Marguerite (Jodie Comer), junto con una desaforada multitud, presencia de manera afligida el inmediato enfrentamiento.
Acto seguido, la historia se fragmentará en el relato de estos tres personajes respecto a un hecho en común: la violación de Marguerite, esposa de Carrouges, por parte de LeGris. Con una estructura claramente influenciada por Rashomon, de Akira Kurosawa, en El último duelo cada relato, y especialmente los dos primeros, en el que las perspectivas de Carrouges y LeGris tienen su desarrollo, no solo se abordará la visión de los hechos en cuanto al abuso de Marguerite, sino que también se profundizará en los episodios que devinieron en rivalidad la inicial amistad entre los dos caballeros. Sus combates en las campañas ordenadas por el Rey Carlos VI (Alex Lawther) y, fundamentalmente, las asperezas que surgen con la llegada del Conde D’Alençon (Affleck) y su preferencia por LeGris serán los ejes que antecedan al insalvable duelo que se producirá luego de que Marguerite confiese a su esposo la violación.
Sin lugar a dudas, la narración de las tres perspectivas, repitiendo situaciones y lugares, pero alterando los acontecimientos según el interés de cada protagonista (a veces con cambios radicales en los hechos y otras, con notables sutilezas, por ejemplo, en relación a un zapato) es uno de los puntos mas fuertes de la película, que a lo largo de sus 2 horas y media de duración logra mantener el suspenso de manera efectiva, y hasta conduce a las inevitables y anticipadas conjeturas respecto a las versiones de Carrouges y LeGris, las cuales, indudablemente, son resultado de un desarrollo más que interesante. Claro que hay algunas cuestiones que resultan un tanto alarmantes, especialmente en lo que refiere a las extravagantes caracterizaciones e interpretaciones de Matt Damon y Ben Affleck, bastante contradictorias con el opresivo tono dramático que posee la película en la mayoría de su metraje. Pero, en definitiva, nada que descoloque por completo.
Sin embargo, el tercer relato, en el que el punto de vista de Marguerite inicia con un contundente intertítulo, descoloca con algunas decisiones un tanto objetables. En reiteradas oportunidades, la forma en que la protagonista afronta el conflicto, y los diálogos que surgen en base a él, parecen responder a una lógica propia de tiempos del #MeToo y no así a la de la época medieval. Claro que el foco está puesto en apartarse de la tradicional y noble imagen que le es asignada a los caballeros, pero varias de las decisiones adoptadas para ello se aprecian totalmente incompatibles con el contexto histórico al que alude la obra.
Finalmente, el enfrentamiento que tanto se hace esperar entre Carrouges y LeGris es sencillamente magnífico y explota en majestuosidad no solo aprovechando toda la carga dramática que meritaba en razón de la rivalidad in crescendo de ambas figuras, sino también gracias al ya conocido virtuosismo de Ridley Scott para este tipo de secuencias y a la tan atractiva como opresiva fotografía de Dariusz Wolski, habitual colaborador del realizador que también dotó de paletas oscuras y azuladas al penúltimo film del director, Todo el dinero del mundo (2017).
En términos generales, El último duelo es una interesante superproducción digna de disfrutarse en la pantalla grande, especialmente a raíz de la carencia de este tipo de estrenos, y que encuentra sus mejores resultados cuando escapa a las extravagancias de algunos de sus personajes y, principalmente, a intenciones que amén de ser loables y estar basadas en un caso real, mucho se relacionan a la actualidad, pero poco tienen que ver en su ejecución con el contexto histórico representado en la película.