Es una extraña historia este cuento medieval. Por un lado, la historia cuasi real del último duelo autorizado en suelo francés entre dos amigos que se vuelven enemigos porque uno de ellos ataca a la mujer del otro. Y la mujer no calla, una fábula por lo tanto que reverbera en tiempos del Mee Too.
Por supuesto, lo mencionamos porque es como debe leerse la intención “de superficie” de esta película. Pero estamos hablando de un filme de Ridley Scott. Scott tiene un tema: el enfrentamiento eterno entre un hombre y su doble, un doble que lo complementa y se le opone. Eso es lo que aparece en su opera prima (no casualmente) llamada "Los Duelistas", en Alien -entre Ripley y el Monstruo-, en Blade Runner, en Gladiador, en Gánster Americano, incuso en Misión Rescate, entre el científico y el planeta hostil.
Así que en ese sentido debe mirarse, dejando de lado la vibración “de actualidad” de la historia, esta película. Por cierto, no significa que el gran espectáculo (otra de las constantes de Scott: el espectáculo y la fantasía de los géneros amplifica lo real) siempre produzca una buena película (ahí están Cruzada o Éxodo), pero aquí, en la medida en que Scott puede complementar la actualidad con sus preocupaciones más universales, las cosas funcionan.