No demasiadas veces la Edad Media adquirió en el cine su verdadera dimensión económica. No solo en lo que se refiere a las batallas territoriales, la administración de justicia y la adquisición de títulos y honores, sino fundamentalmente en la concepción de sus alianzas matrimoniales como claves de expansión. Esa centralidad de Dios y de la divinidad del rey expone en este duelo final no solo la disputa entre dos egos que buscan su gracia, sino la demostración de cómo el poder de la fuerza alcanza el valor de verdad.
La verdad es lo que está en juego en El último duelo. Por ello Ridley Scott y su tríada de guionistas –Matt Damon, Ben Affleck y Nicole Holofcener- deciden dividir la historia en sus tres versiones, tres miradas que aspiran a afirmar la última verdad de lo acontecido. La primera responde al punto de vista de Jean de Carrouges (Damon), escudero orgulloso y algo temerario, cuyas campañas militares en nombre del rey Carlos VI de Francia le granjean la fama de buen soldado y el desprecio del platinado señor feudal Pierre d’Alencon (Affleck); la segunda es la de Jacques Le Gris (Adam Driver), otro escudero pero arribista, que supo ser buen amigo en la guerra y contrincante feroz en las disputas por los bienes del condado; y por último Marguerite de Thibouville (Jodie Comer), hija de un traidor al reino convertida en la segunda esposa de Carrouges y en la voz que se niega a perpetuar el secreto de su ofensa.
Más allá de su ímpetu clásico en el relato, y la constante exploración de las relaciones de poder en la época, lo que define a la película de Scott, espejo inverso de aquella épica de su ópera prima Los duelistas (1977), afirmada en el crepúsculo de la gran Armada Napoleónica, es la deconstrucción de los verdaderos intereses detrás de la retórica del honor mancillado. “La violación nunca es una ataque a la mujer sino un delito contra la propiedad”, afirma el clérigo defensor de Le Gris como síntesis del sustrato moral del mundo medieval. Aún a partir de los términos anacrónicos que los guionistas colocan en las voces de sus personajes –que de hecho opera como ejercicio de modernización del relato histórico, no desde la parodia como lo hiciera La favorita, sino desde su conciencia trágica-, El último duelo observa su época de cerca con la lupa de su ventaja histórica.
Como era de esperar en la decisión de su abordaje, Scott empieza y termina su película con la imagen de Jodie Comer, cuya mezcla exquisita de fortaleza y fragilidad queda expuesta con grandeza en la escena del juicio. Una partida de caballeros que conserva a su dama para la última jugada.