Con Elvis hasta el final
No imita a Elvis. Es Elvis. El filme retrata el fanatismo desbordado de un apasionado que no hace otra cosa que vivir a la sombra de su ídolo. A su hija le piso Lisa Marie y a su mujer le dice Priscilla. Desaliñado, gordo, con barba, cuando alguien lo llama por su nombre verdadero, Carlos, se enoja. Anda con su Fairlane por esas calles del conurbano animando todo lo que puede: fiestas familiares, geriátricos, bingos. Pero su idolatría está más allá del éxito. Lo pedalean con el cachet, pierde a su mujer, en su casa es un ausente. El tiene una sola devoción y con eso le basta para mantenerse en pie. Una película viva, carnal, con defectos, pero auténtica, fresca, intensa, que mira con piedad a estos perdedores. Bo sabe retratar ese mundo, sus maneras y sus diálogos, sus sueños y sus patinadas. Y tiene como mejor aliado a John McInerny, el actor platense que no siempre acierta en las escenas dramáticas, pero que cada vez que canta se transforma y llena el escenario y la película con su voz, su presencia, su mirada, su entrega. Como Elvis, conmueve y como Carlos no desafina. El saldo es más que bueno. No es una gran obra. Pero hay energía, soltura y ganas. Y encima, el regalo de media docena temas del gran Elvis Presley.