Un monarca suburbano
Inquietante opera prima de Armando Bo acerca de la vida de un imitador del Rey del Rock.
Nunca quisiste ser otra persona? ¿Algún famoso, por ejemplo? ¿Imaginarte cómo puede ser tener la fama, el talento, el dinero y la voz de, digamos, Elvis Presley? A Carlos Gutiérrez no sólo le pasa eso, sino que parece estar convencido de ser la reencarnación del Rey del Rock & Roll. Sólo que este monarca suburbano trabaja en una fábrica metalúrgica del Gran Buenos Aires, tiene una solitaria existencia en una casa que en nada se parece a Graceland (el fastuoso hogar de su ídolo) y mira por televisión, incansablemente, conciertos y entrevistas del cantante. Eso sí, come todo el tiempo emparedados de mantequilla de maní y banana, tal como lo hacía Presley.
En su opera prima, Armando Bo (nieto) elige contar la vida de este hombre, pero no desde la parodia ni desde el ridículo. Carlos es obsesivo y posiblemente esté al borde de la esquizofrenia, pero El último Elvis camina a su lado sin juzgarlo. Es obvio darse cuenta que ha sido y es un pésimo padre y que no por nada su mujer (Griselda Siciliani, muy bien en su rol y casi irreconocible en su aspecto) lo dejó y no quiere que se acerque demasiado a su hija (Margarita López). Pero hasta ella, que seguramente sufrió muchas cosas junto a él, le tiene más compasión y piedad que odio o bronca.
Es que Carlos pasa de la obsesión al hecho, y si hay algo que no se puede negar es que es un gran imitador de Elvis. Con shows en casinos, clubes, boliches y hasta geriátricos, el hombre –que jamás se saca los auriculares “full time Presley” - se gana la vida haciendo temas como Suspicious Minds o Always on My Mind y se luce en la tarea. Pero su vida como imitador y operario parece no satisfacerlo del todo y asegura estar planeando “algo grande” por lo que renuncia a su trabajo.
Pero, en medio de sus grandes planes, su ex mujer (a la que llama Priscilla, aunque su nombre sea Alejandra) tiene un accidente y la pequeña hija (Lisa Marie, por supuesto) queda a su cuidado, trastocando sus planes y forzándolo a volver a trabajar, a pasar tiempo con ella y así conocerla, algo que hará en esos días más de lo que pareció haberlo hecho hasta ahí. Eso sí, arrastrándola en su cotidiana lógica de una vida armada como perpetuo homenaje al Rey.
El último Elvis es fascinante en su exploración de un personaje pequeño pero con ambiciones gigantes, de un hombre casi sin identidad y que ha tomado una que le permite evadirse de su realidad. Y todo eso dentro de un filme casi sin fisuras desde lo formal. Con su experiencia en publicidad, Bo maneja los tiempos del relato a la perfección, sus actores son impecables, el diseño de producción es notable (Graceland está reconstruido en estudios locales, por ejemplo) y hasta la bromita algo banal de mostrar una galería de imitadores (además de nuestro Elvis, hay un Jagger, un Lennon, un Iggy Pop, un Charly García y hasta Paolo el Rockero...) resulta simpática y hasta tierna.
Es que pese a tratarse de una película oscura, hasta densa en su lógica –y en el casi depresivo personaje que la protagoniza-, Bo y el notable John Mc Inerny (un excelente imitador real de Presley) logran que nos involucremos en las peripecias, alegrías y desgracias de este tal Carlitos, que un día se convirtió en Elvis y, a su manera, se consagró para siempre.