Con el ritmo impuesto por la soledad
Festejada en el festival de Sundance, la película retrata la vida de un soldador bonaerense que ama imitar a Elvis Presley.
Más allá de las consideraciones que hoy nos pueda despertar el cine de un ya legendario realizador como Armando Bo, cuyo nombre con sólo pronunciar lleve a que asome la figura de ese nombre mítico que es Isabel Sarli; más allá de todos esos films que cubren una trayectoria de dos décadas y que hoy son motivo de ciclos y muestras internacionales, y que han sido modelados desde un canon tan particular que ha polarizado el mundo de la crítica; más allá de todo esto, hay algo que no se puede negar. Y es que ciertamente la pasión que el abuelo sentía cuando estaba detrás de la cámara se la pudo transmitir a sus descendientes: su hijo Víctor, intentó el camino de la actuación, pero reconoció humildemente que no lo podía lograr y se retiró tras algunos intentos en más que olvidables comedias. Pero esa fuerza, la vocación, renace en su nieto quien elige llamarse como él, sin ninguna aclaración, ni segundo nombre. Tal vez como un continuador de ese abuelo que creyó en sus sueños, como afirmaba el mismo Torre Nilsson del mismo Armando Bo, independientemente de cómo se valoren sus films.
Como también ciertamente lo hace en El último Elvis, la opera prima del joven Armando Bo, su personaje Carlos Gutiérrez, de oficio soldador, quien de noche adopta el ropaje de su idolatrado Elvis y se lanza sobre sus huellas, abriendo un periplo de indicios que van delineando un entrecruzamiento de perfiles, de fusión de identidades, que pueblan ese mundo suburbano de su desteñida existencia, que brinda sus canciones en clubs de barrios, bingos, geriátricos. En este admirable film, saludado por Sundance (espacio de Cine Independiente que abrió sus puertas a tantos jóvenes realizadores), Armando Bo hace partícipe al espectador de un relato de tintes claroscuros dominado por el dolor y la soledad, pero al mismo tiempo con la mirada puesta en una impostergable cita, con ese tercer acto que el film nos reserva en un espacio que se erige como un altar aurático del propio sufrimiento.
En el deambular errático del personaje, que se libra en su mundo interior y las presiones externas, entre los vínculos familiares, un tanto distantes, pensados desde el propio álbum familiar de su idolatrado Elvis Presley, el modo del transcurrir del film acerca a una historia con fracturas y tiempos quebrados, sin explicaciones que puedan llegar a eclipsar la dimensión del alcance metafórico de ciertos encuadres. Es más que admirable, y por cierto muy inusual, el trabajo sobre el transcurrir del tiempo, el recorte sobre un elemento de un plano de conjunto (como los rostros de la madre, Priscilla, y Lisa, la hija, a la salida del hospital público, vistos por él, desde el espejo retrovisor del auto), o bien la angulación dada a una figura como la que corresponde, en diferentes momentos, al juguete?ícono, regalo de su propia hija.
Sobre notas de producción, y los actores, como asimismo sobre director y co?guionista, numerosos medios se han encargado de publicar entrevistas a lo largo de estos días. Y mientras quedan en los oídos tantas melodías interpretadas por Elvis, quien falleció a los 42 años en su residencia de Graceland, en Memphis, aspectos no anecdóticos en este sorprendente film de Armando Bo. Particularmente recuerdo, entre otras, Love me tender, Are you lonesome tonight, The wonder of you y particularmente, Always on my mind, que Elvis dio a conocer en 1972, cinco años antes de su fallecimiento y que se puede pensar como el motivo central sobre el cual se ha levantado este destacable film; retratado en ese tono que tanto lo acerca a los films de los de la generación de los "road movies" y de los "broken hearts". Mientras pienso en todo esto, imagino a los guionistas pensar ese penúltimo momento en el que ahora, luego de ese recital en ese Bingo de Avellaneda, en el que ese último Elvis interpretara Unchained Melody, se dispone a dejar algunas cosas en orden, entre ellas, la carpeta personal de Lisa Jane, para luego solicitar por teléfono una limousine blanca.