Después de la muy mala Biútiful, de la que fue guionista (aquí el realizador de ese film es productor) uno podía desconfiar de este primer largo de Armando Bó, nieto del nunca suficientemente reivindicado salvaje de nuestro cine. Hay aquí también un hombre agobiado en busca de una redención que lo justifique, pero de lo que se trata también es del placer del cine y de la música. Un hombre (extraordinario cantante este John Mc Ierney) es el último y mejor imitador de Elvis Presley, con una vida pobre en casi todo otro sentido. A punto de llegar a la edad en la que murió el gran icono del rock, decide hacer algo espectacular. El film tiene rémoras de imagen publicitaria, algunos desajustes actorales y algún lugar común, pero la fuerza de su protagonista (en ocasiones parece una versión musical del Rulo de Mundo Grúa) y la originalidad del planteo, además de las muy buenas secuencias melódicas hacen de la película un raro ejemplo de cine argentino comercial que confía en la inteligencia del espectador y le provee placer.