Armando Bo, guionista de Biutiful, se tira al ruedo con una ópera prima que aunque lograda desde lo emocional, no llega a enganchar.
La figura de Elvis Presley es, para más de un melómano, el epitome y ejemplo paradigmático de lo que es el estrellato en el Rock N’Roll. En la Argentina no cobro mucha difusión sino hasta llegados los años ’90 y porque una leyenda nuestra, Sandro ni más ni menos, admitió haber hecho sus primeras armas imitando a este hombre llamado durante mucho tiempo El Rey.
Era un tipo con un sentido del espectáculo descomunal, que se dejaba la vida, la voz y el cuerpo en el escenario. Una devoción que reflejan los miles de imitadores que circulan alrededor del mundo.
A nivel guion tenemos una película que tiene un claramente desarrollado objetivo emocional. Este muchacho desde que empieza la película tiene a Elvis en la cabeza y el corazón, a tal punto que uno ve que la locura es inevitable. Uno siente el descenso en el que está metido y su intención de interpretar este “show” hasta el final. Pero señores, a pesar de este merito, el guion falla y falla por que el objetivo argumental, cuya función es tirar palos en la rueda al emocional, es cuando no corto, nulo.
La estructura se fue demasiado en introducir al personaje, y lo parecido que canta como Elvis ––por lo que la intención de contratar a un imitador parece clara desde el vamos––. Se les va tanto la mano, que el conflicto principal está prácticamente de adorno y era interesante: Un tipo que debe elegir entre ser Elvis y ser un buen padre. Hay escenas con la hija y la madre que proveen una base, pero no la profundizan. Pecaron de sutiles y la metáfora les tapo el contenido.
A nivel técnica tenemos una fotografía en 2.35:1 (Cinemascope) de composición sobria. Con sombras y luces ambarosas, como si el personaje estuviera en el escenario en todos los aspectos de su vida. Los movimientos de cámara son en muchas ocasiones innovadores, pero perdieron puntos en este departamento cuando intentan disfrazar muchas veces una evidente cámara en mano como un travelling. Las puestas son justas y necesarias, ricas en primeros planos, que encuentran un cómplice adecuado en el montaje. El trabajo de sonido también merece mucho mérito.
A nivel actuación, John McInerney ––un arquitecto que es imitador de Elvis en la vida real–– borda el papel decentemente. El tipo toma algo que conoce muy bien y lo interpreta instintivamente. No es para decir que es una excelente actuación, pero bastante por arriba del promedio que la mayoría de los crooner que intentan actuar. Si bien no se parece a Elvis ni siquiera en las patillas, tengo que reconocerle que la polenta y la voz que le pone al cantar las canciones de El Rey no pueden ser ignoradas y se lleva al hombro de un modo espectacular no solo las canciones que interpreta en escena sino de cuando aparecen en la banda sonora. Sus escenas con la nena que hace de su hija (Margarita López, no será una revelación, pero la chica promete) están entre lo más alto a nivel interpretativo. Griselda Siciliani no se luce, y no es por que interprete mal, todo lo contrario; debe lidiar con un personaje que en para ser tan intenso, su desarrollo en el guion es tan breve y tan poco confrontativo, que su interpretación estaba mejor en las manos de un actriz X.
Conclusión: Aquí tenemos una película que desarrolla muy bien un personaje complejo. Virtud destacable si las hay; cuando casi siempre se da el caso inverso en la mayoría de las películas. Pero esa virtud no alcanza para salvar a la película de lo que es, no un conflicto débil, pero superficialmente tratado.