Gritalo, gritalo...
Hace tres años, la primera entrega (que debió también ser la última no sólo por la calidad de esta secuela sino incluso por su título) entregaba un aceptable producto que combinaba falso documental + comunidad rural + secta satánica + (falsos) exorcistas. Esta segunda entrega coescrita y dirigida por canadiense el canadiense Ed Gass-Donnelly -en cambio- es urbana y con una puesta en escena bien clásica. Nada cuestionable, en principio, si no fuera porque estamos ante un guión sin el más mínimo ingenio, sin capacidad de sorpresa. Anodina, previsible, atada a fórmulas y lugares comunes, esta Parte II no sólo es peor que su predecesora sino que incluso se ubica bastante por debajo de la media de un género tan transitado en Hollywood. Antes que cualquier otra, la sensación que genera su visión es la de fastidio.
En esta innecesaria secuela quien regresa es Nell (esa más que digna actriz que es Ashley Bell), ahora una adolescente de 17 años que es enviada a una casa-internado para jovencitas en problemas de Nueva Orleans (no faltará el inevitable pintoresquismo de toda historia ambientada en esa ciudad con imágenes del desfile de Mardi Gras). En medio de sus urgencias hormonales, se sentirá atraída por un muchacho que trabaja en el mismo hotel al que ella ingresa como empleada de limpieza. Pero no todo será tan idílico. Ella empezará a percibir presencias y voces extrañas, amenazantes, perturbadoras... demoníacas. Imagínense ustedes el resto. O, si son valientes, vayan a verla.