Otra vez el diablo en el cuerpo
Esta secuela deja atrás el recurso del "falso documental" y de la cámara en mano para instalarse en una historia que retoma el espíritu de la original y cuenta nuevamente con la producción de Eli Roth (director de Hostel).
Si en la película anterior todo giraba en torno a Nell, la adolescente poseída y el sacerdote que dejaba filmar su exorcismo, acá la trama sigue los pasos de la traumada adolescente (Ashley Bell) que intenta reconstruir una nueva vida y dejar atrás al poder maligno que utilizó su cuerpo y arrasó con su familia. El escenario ahora es un instituto para adolescentes en una zona apartada de Nueva Orleans donde Nell cree estar a salvo.
Esta continuación cuenta con la dirección del canadiense Ed Gass-Donnelly (en reemplazo de Daniel Stamm) y en lugar de poner el foco en la figura retorcida de la poseída, escoge voces, cruces que se dibujan en las paredes, un video por Internet que ven sus compañeras y desnudan su pasado. En tanto, una presencia maligna se esconde bajo la máscara del carnaval de la ciudad, de un adolescente seductor o de una estatua viviente. Todo se torna amenazante para la protagonista, desde llamados telefónicos de aparatos que son desconectados o de una pareja que cree dormir tranquila (lo mejor del film) cuando alguien más respira bajo las sábanas.
El Mal devenido en varias de sus formas no alcanza para sorprender y ni siquiera el cambio de registro con respecto a la versión original ayuda para crear suspenso (a pesar del incremento de sonido para sobresaltar) o generar incomodidad. Entre posesiones, espuma por la boca y un final al stilo Llamas de venganza, el relato seguramente seguirá los pasos de Nell en una tercera entrega.