El demonio no tiene quien le escriba
El estreno de El último exorcismo en 2010 había sido toda una sorpresa, una película fuertemente influenciada por la moda temática y formal de los últimos tiempos del cine de terror, que lograba por la solidez y decisión de su director Daniel Stamm salir muy por encima de la media. Y todo, gracias a que, a diferencia de sus similares, lleva hasta las últimas consecuencias el par de buenas ideas que lo fundamentan. No vamos a subrayar aquí el hecho de que aquel film se llamaba El último exorcismo y que por lo tanto, claramente, no necesitaba secuela, ya que lo mencionaron un 90 % de los críticos, al menos en la Argentina, alineados en cierta línea de cinismo insoportable.
Tras una buena secuencia de tensión al comienzo, vemos un resumen frenético de la anterior película y nos encontramos nuevamente con Nell Sweetzer (Ashley Bell, actriz joven cuya expresión de anciana sin arrugas desequilibrada es por lo menos perturbadora), en un estado casi autista, aterrorizada y frágil. Se nos hablará de su recuperación, de sus ansias y de cómo el viejo demonio Abalam no la quiere dejar en paz.
Nuevamente tenemos algunas buenas ideas; desde la locación, Nueva Orleans, una ciudad que parece siempre estar bajo una luz tenue descascarada y hermosa. La secuencia del carnaval con un obvio sentido religioso, pero que funciona de maravillas; qué mejor lugar para un demonio que acecha que la fiesta pagana y seductora por excelencia (al parecer no hay horribles comparsas de bajo presupuesto en Nueva Orleans). Y la aparición del sexo en la vida de Nell. No es nada nuevo en los films de terror que sexo es igual a catástrofe, sin embargo, aquí es completamente consecuente con la búsqueda interior que realiza el personaje principal, una persona rota e incompleta que se redescubre. Lamentablemente para ella el sexo la llevará directo a la tragedia. Y por último, la mejor idea del film es abandonar el registro falso documental, que está agotado y limita demasiado.
Lo que venimos enumerando son ideas, cosas que salen bien, pero cuyo resultado es un tanto decepcionante. El director Ed Gass-Donnelly carece de la habilidad narrativa de Stamm, por lo que el potencial buen film que pudo haber sido El último exorcismo – Parte 2, se diluye en la incapacidad de su director y montajista, para lograr fluidez en el relato y una buena construcción de los personajes. Gass-Donnelly falla tanto que hace naufragar a su película, como quien tiene una canoa de río bien hecha con excelente material pero que absurdamente la conduce a la Garganta del Diablo (literalmente y en el peor de los sentidos).
El binomio que forman El último exorcismo y su segunda parte, recuerda a El exorcista y El exorcista 2: el hereje, de hecho en cierto lineamiento argumental las segundas partes se parecen bastante y son igual de decepcionantes. Este caso también tiene su correlación con El proyecto de la bruja de Blair, es decir, en aquello de hacer la primera parte en registro falso documental y la segunda como una película convencional que sólo hace un poco de referencia a la original. Y ahí terminan las similitudes porque El proyecto de la bruja de Blair esta sobrevaloradísima y su secuela es infinitamente inferior a esta segunda parte de El último exorcismo. Las comparaciones no sirven para nada más que, en este caso, establecer el nivel de influencia de aquellos pares de películas con este par.
Para la secuencia del final, donde Nell explota al mejor estilo Carrie la película de repente termina. Entonces nos quedamos con ganas de un premio por haber soportado esos 45 minutos de sustos injustificados y berretas. Nos quedamos con la potencial buena película que pudo ser y con la esperanza de que Ed Gass-Donelly no dirija una probable tercera parte.