Exorcizar el mal cine
La pregunta del millón: ¿era necesaria una secuela de esta película producida por el niño mimado de Quentin Tarantino, Eli Roth? Recordemos que la primera, El último exorcismo (2010) tenía como estructura narrativa el ya gastado falso documental y que más allá de las referencias obvias a El exorcista (1973) se tomaba con muy poca seriedad el tema y aventuraba una interesante reflexión sobre la puesta en escena de la fe a partir del protagonista que no era otra cosa que un falso ministro que lucraba con la desesperación y la ignorancia de la superstición pueblerina.
Sin embargo, la víctima era una adolescente poseída por el demonio Abalam, quien desataba a partir de la conducta de la pequeña perturbada una tras otra calamidad en el seno de su familia compuesta por un padre y un hermano mayor.
La novedad de la segunda parte y por ende el mayor defecto que arrastra desde el minuto uno hasta el último suspiro –del espectador tras una jornada de aburrimiento- es el cambio del registro que se despoja del falso documental para pasar al terreno de la ficción clásica, pero donde la torpeza en la dirección a cargo de Ed Gass-Donnelly no se compensa con la patética manera de montar el film.
No hay efecto bien resuelto ni mucho menos cuando se trata de activar el mecanismo del terror apelando a todos los recursos del golpe de efecto y el sobresalto. La historia también escrita por Ed Gass-Donnelly junto a Damien Chazelle, a partir de los personajes creados por Huck Botko y Andrew Gurland, no se sostiene desde su planteo que vuelve a retomar a la protagonista Nell (Ashley Bell) luego de su traumática experiencia en la comunidad rural donde estuvo a punto de ser sacrificada por la secta satánica pero fue salvada en el último minuto.
Un tanto más madura, la muchacha ahora es internada en una casa de adolescentes perturbadas y solas con el objeto de una paulatina reinserción. Pero algunos recuerdos del pasado reciente continúan haciendo mella en su cabeza y mucho más cuando reaparece por un lado el fantasma de su padre y por otro Alabam.
Para salir del lugar común y del tedio garantizado, los guionistas recurren a un par de giros que en vez de corregir el rumbo terminan por hacer de esta mala película un festival absurdo y donde la risa despunta sin demasiado esfuerzo en sintonía con la pregunta incómoda ¿Qué hacemos acá?
Cuando termina el pochoclo seguramente la respuesta llegará tarde y la sensación de haber malgastado el tiempo acompañará a cada espectador a sus respectivos hogares.
Salvedades al margen, quien desafíe al aburrimiento de El último exorcismo parte II merece un reconocimiento por lo menos de quien escribe o mejor dicho ser exorcizado para no cometer el mismo error. Están advertidos.