El exorcismo sin fin
Producida por el director de Hostel (2005), Eli Roth, y dirigida por Daniel Stamm, llega El último exorcismo (The last exorcism, 2010), la más reciente versión siglo XXI del clásico El exorcista (The exorcist, 1973) de William Friedkin, que recoge elementos previamente utilizados: la historia de la adolescente poseída y el recurso del falso documental.
Planteado desde el inicio como un fake, El último exorcismo comienza como la historia del reverendo Cotton Marcus, un elocuente pastor evangélico que ha dejado de creer en sus propios exorcismos y decide poner fin a esta carrera, más por el peligro que acarrea que por un sentimiento de fraude. Es esto lo que intenta capturar el presunto documental en cuestión. Luego de filmar los testimonios de Marcus y de su familia, y de registrar impresionantes sermones en la capilla local, el reverendo le propone al equipo de producción (compuesto por Iris, la directora, y un camarógrafo al cual nunca vemos) filmar un último exorcismo, para develar así los trucos y engaños de su curiosa profesión. Los tres viajan hasta la aislada granja de la familia Sweetzer, donde conocerán a Nell, la adolescente aparentemente poseída que hará tambalear la incredulidad de Marcus.
Frente a un conjunto de recursos ya visitados, Stamm intenta hacerlos evolucionar. En primer lugar, este uso del falso documental no cumple la misma función que en previos films de terror como El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Proyect, 1999), pues el espectador sabe desde el comienzo del la película que aquello que verá es ficción. Esto quizá por una evolución natural del género (han pasado 11 años desde el estreno de El proyecto Blair Witch), o tal vez por la estrategia de prensa utilizada, mucho más institucional, apoyándose en el renombre del director.
Lo esencial aquí es que el estilo documental no busca generar el terror en el espectador por incluirlo en la misma realidad de la historia, sino desarrollar la trama de un modo más intimista, permitiendo al espectador ingresar en la psicología del personaje. Esto logra además una empatía con el carismático reverendo que logra solventar, en parte al menos, la pobreza de elementos atemorizantes (relevantes únicamente en las escenas en las cuales Nell esta poseída).
En este sentido, Patrick Fabian logra una convincente interpretación de Cotton Marcus, a quien el peso de la familia y los buenos valores lo llevan a un cuestionamiento ético y a sentirse incómodo con sus mentiras. Aún así, este supuesto giro moral no parece muy sincero durante la primera parte de la película, en la cual hace alarde de sus dotes para el espectáculo, defiende el objetivo de curación de sus "exorcismos" y se burla de los métodos que utiliza para engañar a sus clientes. Algunos guiños a la cámara y momentos de humor contribuyen al buen trabajo de Fabian.
Ahora bien, la posibilidad de redimirse propiamente dicha, surgirá cuando Marcus se enfrente a la necesidad real de un exorcismo. Aquí es donde aparece la impactante actuación de Ashley Bell, quien regresa tal vez al memorable personaje de Linda Blair, sumándole un poco de hormonas adolescentes. Es escalofriante verla transformar la inocencia campesina en un cuerpo brutalmente dominado por el demonio.
Quizá la falencia más grave del film esta en el desequilibrio entre un desarrollo lento y poco atemorizante, y el desencajante final. Aún cuando parecía ser una película poco original pero astuta, termina diluyéndose en las aguas del cliché y las resoluciones sosas.