El truco de volver a asustar
Lejos de agotarse, el recurso del falso documental sigue dando algunos buenos frutos. En este caso, la clave es apelar a un protagonista tan escéptico como el espectador y luego llevarlo de la nariz a un mundo en el que el demonio hace de las suyas.
The Blair Witch Project abrió la puerta y una legión de brujas, zombies, fantasmas y monstruos entró. La puerta es la de lo fantástico hecho pasar por real, gracias al truco del falso documental. Sencillo, económico y efectivo, el truco se sostiene con actores que parecen gente común, haciendo que filman en vivo apariciones sobrenaturales. Por más que el espectador sepa que es un truco, el efecto de realidad es tan fuerte que permite lograr lo que desde El exorcista el cine de terror viene queriendo lograr y no puede: volver a asustar a los señores espectadores. OK, a veces puede que no asuste, como sucede con el fantasma habitacional de Actividad paranormal, pero eso es atribuible a torpezas de puesta en escena. En The Blair Witch Project funcionaba (en la primera; la segunda no existía), en la española [REC] funcionaba, en Diario de los muertos funcionaba, en Cloverfield funcionaba y vuelve a funcionar en El último exorcismo. The Linda Blair Project la bautizó un crítico estadounidense y se anotó un pleno.
La apuesta era particularmente brava: había que enfrentarse a dos enemigos mayores y vencerlos en su propio terreno. Uno era El exorcista, la clase de película que tiende a clausurar un tópico en el momento mismo en que lo inaugura. El otro enemigo a vencer era el mismísimo Satán. Su Presencia eleva a la enésima potencia el problema de fondo del terror actual: ¿Cómo hacer para que el espectador contemporáneo, escéptico y racionalista se asuste con aquello en lo que no cree? Con guión de los casi desconocidos Hugh Botko y Andrew Gurland (especializados, hasta ahora, en lo que podría llamarse “comedias de desvirgue”), la figura del protagonista es la clave que permite a El último exorcismo resolver con una verónica ambos problemas. Típico evangelista sureño que monta un show, reza a los gritos y practica supuestos milagros, no hace falta que el espectador sospeche de Cotton Marcus (irresistible Patrick Fabian): a las pocas escenas, el tipo está confesando que es un timador. Y se ríe de ello.
Cotton Marcus no sólo no cree en lo que hace: tampoco en lo que dice profesar. Descendiente de un largo linaje de exorcistas, la diferencia entre él, su padre y su abuelo es que él no cree en el diablo. “Hago los exorcismos porque la gente cree que sirven”, confiesa con su mejor sonrisa de vendedor de autos usados. Cansado de robar, antes de retirarse quiere prestar un servicio a la humanidad, demostrando que no existen los exorcismos, ni el diablo, ni nada. ¿Cómo hacerlo? Practicando un último ritual, en el que mostrará todos sus trucos a cámara, en compañía de una directora y un operador de camcorder. De más está decir que lo que empieza como juego puede acabar como pesadilla. Y lo que en el inicio parecería una refutación satírica de El exorcista tal vez termine resultando su versión reality. Así como también la de El bebé de Rosemary: El último exorcismo es básicamente un cruce entre ambas obras maestras, filmado como si fuera una nota de CQC.
Más allá de que el formato de falso documental (que incluye un minidocumental antropológico sobre la zona de pantanos de Louisiana) vuelve a demostrar su eficacia, un acierto básico de la película dirigida por el alemán Daniel Stamm (radicado desde hace tiempo en Estados Unidos, ésta es la tercera que dirige) reside en ganarse la confianza del escéptico espectador contemporáneo, poniendo como protagonista a un tipo que confirma todos los escepticismos posibles. Al tener por héroe a un pícaro, El último exorcismo construye un espectador cómplice. Una vez que el espectador está adentro, de lo que se trata es de hacer creíble lo increíble. Para ello el guión de Botko & Gurland multiplica dudas, inesperados cambios de rumbo y vueltas de tuerca, llevando al espectador de la nariz. Práctica, eficaz y funcional, la puesta en escena de Stamm completa el efecto.
Máscara de la máscara, como sucedía en Borat –otro falso documental–, dentro de ese falso documental tal vez haya un verdadero documental de la América profunda. La del evangelismo, el oscurantismo, el recurso a las armas. Hábitos a los que hasta hace muy poco el máximo poder de la nación rendía honor. Hábitos que, sugiere El último exorcismo, siguen presentes. Como el demonio o como quiera llamárselo.