El último hombre no termina convenciendo y todo lo promisorio que podía parecer en los primero 15 minutos, se ven tirados a un lado por una aburrida narrativa.
A lo largo de la historia del cine, el uso de los “futuros distópicos” ha sido moneda corriente y recurrente, en las diferentes épocas del séptimo arte. Desde Metropolis (1927) hasta Mad Max: Fury Road (2015), cada director ha podido imprimir su sello distintivo en estos futuros lejanos, en donde la sociedad como la conocemos se fue por el caño y al planeta le quedan los días contados. Pero es verdad, que si bien el detonante de semejante problema suele ser el mismo, pocas veces es mostrado o narrado. A lo largo de la trilogía original de Mad Max, se pueden ir atando cabos de como la Tierra se convirtió en el desierto que se vio en la ultima peli con Tom Hardy. En las sagas juveniles, el causante suele ser a través de enfermedades incurables que tienen a los mayores como responsables de estas plagas. Lejos quedaron en el tiempo las buenas películas de zombies, con Train to Busan (2016) como último gran exponente, los muertos vivos solían ser la manera más recurrente de referirse a un futuro que ya no valía la pena ver.
En este panorama, con sus diferencias y todo, llega El último hombre (The Last Man, 2018). Una película filmada en Argentina, por Rodrigo H. Vila, coterráneo también, que cuenta la historia de Kurt (Hayden Christensen), un veterano de guerra que sufre de estrés post traumático, en el medio de los que parece ser el principio del fin del mundo. Con la guía espiritual, mental y física de Noe (Harvey Keitel), un orador que se ve venir la noche y se encarga de redistribuir sus ideales a la gente, Kurt intentará zafar de toda su compleja forma de ser. En el medio de todas estas situaciones, el pobre Kurt necesitará un plus para no perder la cabeza, cuando sus fantasmas personales empiecen a perseguirlo, es aquí donde aparece Jessica (Liz Solari) quien parece ser una solución, pero quizás le termina provocando más de un dolor de cabeza.
En esta co-producción argentina y canadiense, hay varias cosas por detallar. Desde las cuestiones visuales, se puede sentir una gran combinación entre los ambientes llenos de decadencia de Sin City y el toque neo-noir de Blade Runner, cada escenario está perfectamente diseñado para que parezca que todo esta a punto de irse al diablo y así lo viven sus protagonistas. La desolación y el poco tiempo que le queda a la Tierra que se transmite por momentos, es agradablemente inquietante. Los vestuarios están acordes al momento y las locaciones quedan perfectas, de modo que el director argentino, la pegó con hacer la película en su tierra natal. La música y el sonido, tanto mezcla como edición, dan la talla y no quedan ordinarios en ningún momento, es más, el sonido juega un papel fundamental en donde hasta los silencios que se producen, juegan con las sensaciones del espectador.
Dejando de lado los temas técnicos y estéticos, el gran problema que tiene la película, se encuentra en su guión. Lamentablemente el ritmo narrativo es muy lento, a tal punto que aburre y mucho. La historia podría haberse desarrollado muchísimo mejor habiendo elegido un rumbo claro desde el principio, pero se la pasa en el medio de dos grandes tramas. Por un lado, todo lo sufrido por Kurt en una guerra de la cuál no sabemos nada, y todo el porvenir del mismo, en lo que puede ser un posible Apocalipsis. Desafortunadamente, el director eligió el segundo camino y el destino no resultó ser el mejor. Toda la otra rama de la historia parecía mucho más jugosa e interesante, pero nos quedaremos con las ganas. Al mismo tiempo, hay varios tramos de la peli en la que el guion se encarga de remarcar una y otra vez, con escenas más que claras, cosas de menor valía argumental hasta llegar a un punto tal de cansar a quien ve. Lo mismo con “chistes” o comentarios alusivos a gustos personales del director y ni hablar de personajes totalmente olvidables que nada tienen que ver con el argumento principal que a la ya pesada narrativa, lo único que le agregan es ganas de que esos momentos pasen lo mas rápido posible.
n cuanto a lo actoral, para sorpresa de muchos, Christensen cumple con su rol de desequilibrado e incluso por momentos se puede llegar a sentir una leve empatía por su personaje, su historia y el contexto en el que se desarrolla. Lo mismo pasa con Liz Solari, de quien en una primer instancia se puede creer será la típica femme fatale pero su papel será aún más relevante. Cabe destacar que toda la peli es hablada en ingles y ella no desentona para nada, la seducción que despierta con una simple mirada es admirable y su incursión cinematográfica estuvo por encima de las expectativas. Caso contrario al de Harvey Keitel, ganador del Oscar como mejor actor en 1991, tuvo muy poco protagonismo e incidencia en la historia y cuando le toco participar, parecía que estaba en otra sintonía con el resto del elenco. Un elenco que tiene perlas sudamericanas como Fernán Mirás y Rafael Spregelburd, entre otros que demuestran que pueden estar al pie del cañón para cualquier tipo de papel y producción mundial.
Lamentablemente, El último hombre no termina convenciendo y todo lo promisorio que podía parecer en los primero 15 minutos, se ven tirados a un lado por una aburrida narrativa. Aún así, está más que bien que directores locales sean requeridos por este tipo de proyectos y más aún sean filmadas en su totalidad en tierras nacionales. Ojalá no veamos un cambio en ese aspecto y más artistas, detrás y frente las cámaras, tengan su oportunidad.