DIOS QUIERA SEA EL ÚLTIMO JUEGO
En un ensayo sobre el cine de terror americano llamado American nightmare el británico Robin Wood elaboró lo que él mismo denominó la teoría del género como adormecimiento de consciencia. Dicha teoría afirma que ciertas películas de terror se valían del género para exponer discursos que el norteamericano medio no hubiese tolerado de otra manera que no fuese a través del ente maligno del film. Siguiendo este razonamiento, uno podría pensar en películas como La mosca y su polémica postura respecto de la eutanasia; Sobreviven, y su discurso profundamente marxista; o El cubo, y su juego con lo difuso del límite de la ética y la moral humana.
En torno a esta última -quizás por su carácter ambivalente- han aparecido una serie de reversiones que, en mayor o menor medida, lograron expandir alguno de los conceptos que allí se gestaban. El juego del miedo es prueba fehaciente de lo fructífera de esta pauta en manos de un cineasta idóneo; El último juego, todo lo contrario.
El primer largometraje de John David Moffat IV surge como una mixtura de varios de estos films de escape room (a los ya mencionados podríamos agregar Círculo y El bar): seis completos desconocidos despiertan misteriosamente en una habitación repleta de armas y para escapar -y salvar a sus seres queridos- deberán asesinar a uno de los presentes.
Si algo caracteriza a los films que evocamos con anterioridad es la fina línea que separa a los héroes de los villanos (si es que se puede hacer tal distinción). Por ejemplo, nadie jamás dudaría de la perversidad de Jigsaw, pero aun así uno puede identificar cierto grado de lucidez en su discurso. Esta ambigüedad moral es algo que El último juego busca replicar sistemáticamente tanto en las víctimas como en la doctora Kasuma (la “Jigsaw” de la cuestión). Y allí radica su mayor fracaso, ya que al estar tan pésimamente construidos -e interpretados- los personajes, cuesta tomar con seriedad algo de lo que digan o hagan; tampoco ayuda que cada vez que estos abren la boca suelten monólogos o frases profundas propias del más tedioso Godard (si tan solo Moffat tuviese un gramo de su genio el panorama sería otro, pero desde luego, bien lejos está).
De todas maneras, la película logra su cometido, hace que nos cuestionemos algunas cosas. Quizás no del orden de lo moral o lo filosófico como ella pretende, pero seguramente a más de uno que se siente a verla le surja la siguiente pregunta: ¿Cómo cazzo puede ser que llegue a nuestro país una película como El último juego y no Red Rocket, X u Occhiali neri (¡de Dario Argento!)?