Los avatares de Shyamalan
Para introducirnos en el universo de El último maestro del aire (nuevo intento desesperado de M Night Shyamalan por salir de la chatura cinematográfica que viene arrastrando desde La dama en el agua), conviene tomar contacto con la historia original y repasar -a grandes rasgos- de qué se trata, a fin de encontrar en la versión cinematográfica algún valor (si es que lo hubiese) o desaciertos en la adaptación que costó la friolera de 150 millones de dólares.
Para eso se deben entender los pilares que sustentan el relato animado: hay 4 naciones que responden a cada uno de los 4 elementos (aire, agua, fuego y tierra), las cuales permanecen en un equilibrio justamente por no dominarlos a todos; y existen, por otro lado, los avatares: seres de carne y hueso con poderes místicos que tienen la capacidad de reencarnarse y manipular conjuntamente dichos elementos de la naturaleza con fines pacíficos tendientes a conservar la armonía universal. El resto de los mortales es gente común que espera la llegada del Avatar para torcer la balanza de poder, aunque en cada nación existen los Maestros con la habilidad de controlar uno de los elementos.
La tribu más primitiva es la del fuego y su rey detenta el poder absoluto, por lo que desata una guerra al poseer capacidad militar con la que consigue rápidamente sojuzgar al resto de las naciones. En contrapartida, se encuentran las tribus del agua –elemento que se opone al fuego-, cuya particularidad es hacerse fuertes gracias a la influencia de la Luna llena. Los del fuego se valen cada 100 años de la llegada del cometa Sozin para acumular energía. Sin embargo, en el caso de los nómadas del aire todos sus habitantes son maestros (monjes), a diferencia del resto.
Así las cosas, con la llegada del cometa Sozin a la tierra la nación del fuego inicia la guerra rompiendo la armonía universal, a pesar de la presencia de los espíritus. Transcurridos esos 100 años de guerra, en los que la nación del fuego ha exterminado a todos los maestros del aire, la historia comienza cuando Katara (última maestra del agua de la tribu del sur) y su hermano Sokka (simplemente un guerrero de la misma tribu) descubren a un niño llamado Aang, congelado en un iceberg, quien resulta ser el último maestro del aire vivo. Tras estar hibernando 100 años, Aang mantuvo su cuerpo de niño de 12, pero en realidad es un anciano de 112 años que tendrá como misión y destino aprender a dominar los 4 elementos y convertirse en Avatar, para entonces recomponer el equilibrio del mundo cumpliendo un ciclo y luego reencarnar sucesivamente.
En medio de la travesía, en realidad el eje central del film, Aang y sus laderos son perseguidos por Zukko, el hijo destronado del rey del fuego. Luego, por la hermana de Zukko, la despiadada Azula (que es lo que se anticipa como la segunda parte); ambos intentarán capturar al niño para evitar que cumpla su destino.
Ahora bien, de los 20 capítulos que componen la primera temporada de este dibujo animado estadounidense de los creadores Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko, hecho en Corea del Sur con fuertes influencias del anime y el manga oriental en su concepción y del taoísmo, budismo, hinduismo y mitología asiática en su filosofía, se nutre el guión escrito por el propio M Night para dar paso a una supuesta trilogía en correspondencia con las temporadas de la serie, definidas bajo el nombre de cada uno de los elementos, siendo el agua el primero.
Quizás se trate de la película más impersonal del director hindú, quien cometió el pecado de la condensación de capítulos y sus subtramas en pos de lograr un producto aceptable y entretenido, pero que carga con el defecto mayúsculo de no encontrar un público porque es muy compleja para niños y demasiado elemental y aburrida para adultos; quedando así a merced del ánimo de los fans de la serie o los adolescentes que busquen aventura, fantasía y acción a granel. Nada de eso llega de forma equilibrada en esta primera entrega de la saga, salvo un mix que cruza algunos conceptos básicos de la filosofía oriental en la que puede apreciarse al protagonista Aang (Noah Ringer) efectuando virtuosos ejercicios de tai chí; acción de videojuego con abuso de cámara lenta y un cúmulo de efectos visuales que en 3D no se explotan adecuadamente, a lo que debe agregarse cierta galería de personajes poco desarrollados, entre los que se destacan el antagonista Zuko (Dev Patel), Katara (Nicola Peltz) y Sokka (Jackson Rathbone).
Tal vez analizando la filmografía del director de La aldea (su última obra aceptable) pueda trazarse alguna línea de continuidad con tópicos recurrentes. Por ejemplo la idea del héroe que no puede renunciar a su destino trabajada en El protegido; la coexistencia de realidades, en este caso el mundo terrenal y el espiritual al que sólo acceden algunos, como en Sexto sentido y el mundo de los muertos; y la fuerte tensión entre el orden y el caos, o la armonía y la destrucción, que sostiene una mirada maniquea, binaria y elemental sobre el mundo explorada en El fin de los tiempos (su anterior traspié que con este nuevo paso por Hollywood anticipa una inevitable caída).
No obstante, sería injusto decir que El último maestro del aire, pese a la superficialidad y torpezas narrativas; a su tono solemne y poco amistoso, es una película completamente descartable, tratándose –siempre es bueno recordarlo- de una adaptación sobre un material original mucho más interesante y profundo.